Hará unos 40 o 41 años que aprendí de mi buen amigo Gastón Soublette una sentencia del sabio chino Lao-Tsé que dice: "Cuando la norma surge es que la virtud ha desaparecido", formulación que en mi profesión de biblista me ha servido muchísimo para comprender mejor la Sagrada Escritura, pues me abrió a lo que se dice detrás de lo que se dice.
La "gracia" de muchos de estos aforismos es que dan que pensar, es decir, no se entienden a la primera, sino que hay que "cabecearse" un poco (o mucho) para dar con su significado. En este caso, si aparece una norma que dice "no a la corrupción" es que la virtud de la honestidad ha desaparecido, porque si existiese, no habría necesidad de formular la norma. Si en el Antiguo Testamento en varios lugares se lee que "no hay que oprimir al huérfano, a la viuda y al migrante" no es para formular una norma teórica universal, sino porque los estaban haciendo "pebre". Entonces, detrás de lo que se está diciendo se encuentra una situación de explotación brutal de estos grupos que, en la Biblia, son los representantes de los más débiles. De ahí que no sólo hay que entender lo que se dice, sino tratar de descubrir cuál es la situación que provocó que se dijera o escribiera algo.
Desde hace un tiempo en nuestro país se ha hecho recurrente la expresión "a precio justo", pero no sé si nos hemos dado cuenta de que esta afirmación lleva implícita lo contrario, es decir, "a precio injusto". ¿Durante cuánto tiempo hemos pagado tantas cosas (no sólo el gas) a precios exorbitantemente injustos? Teléfono, remedios y un largo etcétera. El pecado de la codicia, esto es, el deseo desmesurado de riquezas, sin importar cómo, ha producido tanto mal a lo largo de la historia.
Hay ganancias justas y legales, hay ganancias injustas e ilegales, pero lo peor es que hay ganancias injustas ¡y legales! Lo cual nos lleva a un punto central: lo legal no necesariamente se identifica con lo justo. Son tantos los ejemplos, en diversos tiempos y lugares, de leyes injustas.
En reclamos que se han escuchado estos días, muchos se defienden diciendo que lo hecho es legal. Hace años que llego a temblar, de indignación en todo caso, cuando escucho a alguien decir "estamos cumpliendo estrictamente con lo que establece la ley", porque a sabiendas o no, se pasa por alto el hecho de que la ley, por su misma naturaleza, establece mínimos, es decir, estamos al borde de lo ilegal; y además, como ya se ha visto, también puede ser que la ley sea profundamente injusta, convirtiéndose así en una ley perversa, ante la cual existe el deber moral de desobedecerla.
El cumplimiento estricto de la ley es tantas veces una forma de engañar a la gente con el equívoco de que lo legal es lo bueno y poder así seguir obteniendo ganancias escandalosas a costa, sobre todo, de los más pobres, lo que lo convierte, por decir lo menos, en un acto inmoral, y, por decir lo más, criminal.
En el caso de Metrogas, que hoy está en la palestra, no tienen que pagar una indemnización. ¡Tienen que devolver peso por peso y cliente por cliente todo lo que han robado legalmente! Basta ya de abusos y de impunidad.
Por lo demás, en cuanto seres humanos, no estamos llamados a los mínimos, sino a los máximos. El cumplir los mínimos es lo que nos ha llevado a crear una cultura y una sociedad mediocres, muy acorde a lo que pareciera ser nuestra idiosincrasia, y llevar una vida plana, que se hace necesario llenar sin mucho esfuerzo con el consumo y entretener con la diversión. Lo que, por otra parte, genera enormes ganancias a esos rubros. Nos ahogamos en la superficialidad y alimentamos el círculo vicioso de la mediocridad.
La vida se torna bella, se llena de sentido, cuando luchamos por grandes ideales tanto en lo pequeño y cotidiano de la vida personal como en lo macro de la vida en sociedad. Crezcamos en humanidad exigiendo leyes justas, pero también practicando la justicia, cada uno en el ámbito que le corresponde.
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