Poder invisible, pero transformador

El paisaje lunar de Alto Patache, en la Región de Tarapacá, no sólo encierra un asombroso espectáculo visual, sino también un ícono de innovación y sostenibilidad: el domo del agua de niebla en la Estación Atacama UC, fruto de años de investigación liderada por la universidad. Este proyecto, parte del programa de Ciencia Pública, no sólo ofrece una mirada a la investigación, sino que promete un futuro de autosuficiencia hídrica para comunidades en el desierto más árido del mundo.

La perspectiva es alentadora: ¿imaginaron que un atrapanieblas de 32 metros cuadrados podría generar 220 litros de agua al día? Esto podría ser un cambio trascendental para una región con un consumo promedio diario de agua per cápita de apenas 118 litros, muy por debajo de la media nacional.

Gracias al aporte interdisciplinario en este proyecto, donde participa Ingeniería UC, el recurso niebla en el Desierto de Atacama es una alternativa para abordar el problema de suministro de agua en el escenario de cambio global. La incorporación y conexión de distintas tecnologías en las áreas de colección y almacenamiento de agua de niebla, el uso de energía solar para los procesos productivos, el diseño de invernaderos diseñados para cultivo hidropónico con agua de niebla activados por electricidad solar para aplicaciones de agricultura en el desierto, así como el desarrollo y la planificación territorial, pueden aportar seguridad alimentaria al incorporar nueva superficie cultivable capaz de alimentar a la población local y exportar productos a otras zonas del país.

La ciencia llevada a la práctica en esta iniciativa, en una zona donde la disponibilidad de agua de riego y la calidad de los suelos limitan la producción sólo a valles y quebradas costeras, demuestra el poder de la investigación y su capacidad para abordar desafíos cruciales. De ahí la importancia del apoyo público y privado a estos centros de investigación.

El financiamiento de este tipo de investigaciones es una red multifacética, desde aportes estatales y fondos concursables hasta inversión privada y recursos extranjeros. Este tejido de apoyo respalda un sector que representa casi la mitad del gasto nacional en investigación y desarrollo, siendo las universidades tradicionales y privadas, cada vez más, motor de iniciativas de alto impacto público.

Los centros de excelencia, como los Institutos Milenio y Fondap, forjan la vanguardia científica, orientados por prioridades nacionales. La Escuela de Ingeniería UC, por ejemplo, lidera proyectos que abordan desde desastres naturales hasta energía geotérmica, participando también en centros ANID, ampliando su alcance hacia áreas como la energía solar y el cambio climático.

Estos centros son faros del conocimiento, reunión de mentes brillantes, donde las propuestas pasan por un riguroso escrutinio de especialistas de renombre mundial. Esta convergencia de talento y compromiso en instituciones como el Centro del Desierto de Atacama es palpable, donde la pasión y dedicación de investigadores e investigadoras, estudiantes y la comunidad universitaria se fusionan para el servicio público.

Nuestro reto como país es claro: fortalecer estos centros para acercar la ciencia, involucrar a las comunidades y promover el compromiso desde todos los sectores. La ciencia debe salir de los laboratorios para ser parte de la vida cotidiana, abriendo espacios donde profesores y profesoras, estudiantes, profesionales y ex alumnos converjan y materialicen soluciones de impacto social.

El camino hacia un futuro sostenible radica en apoyar la ciencia desde su gestación hasta su aplicación práctica. La experiencia en Alto Patache es sólo una muestra de lo que es posible cuando la ciencia se encuentra con la necesidad: la creación de soluciones concretas para desafíos indispensables. Este es el poder invisible de las universidades y los centros de investigación, pero transformador de un futuro donde la ciencia y la sociedad se entrelazan para construir un mundo mejor.

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