En la Comisión de Trabajo del Senado se encuentra en debate el proyecto de ley de 40 horas que, a paso lento, avanza ante la serie de indicaciones que los parlamentarios de derecha integrantes de la instancia han ingresado hasta el momento.
A veces queda la impresión de que no existe la real voluntad por tener condiciones laborales al nivel de nuestros socios comerciales ni de los organismos a los que con tanto orgullo decimos pertenecer.
Es importante, en este punto, hacer una breve pausa y masticar algunas cifras. Nuestro país es de los miembros de la OCDE donde más se trabaja -1.916 horas de trabajo al año, 11,7% más que el resto de las naciones de este exclusivo grupo-, pero con bajos niveles de productividad: ocupamos el lugar 36 de 39, superando a Costa Rica, México y Sudáfrica.
Debemos dar vuelta el argumento que más horas de trabajo significa mayor productividad, un paradigma que la evidencia da por fracasado. La posibilidad que tenemos las y los trabajadores de tener mayor tiempo para el ocio, la familia y las relaciones sociales significa abrirnos al futuro del trabajo en nuestro país.
Más datos: países miembros de la OCDE cómo Suecia, Finlandia, Noruega, Croacia y Australia ya cuentan con jornadas semanales de 40 horas, aunque con algunas flexibilidades que además están sujetas a la negociación colectiva, como es el caso de las y los trabajadores suecos.
Cómo trabajadoras y trabajadores vemos con atención el curso que sigue el debate parlamentario y el avance de un camino que nos permita tener una vida para vivirla. Para ello, es de suma importancia la articulación de las diferentes organizaciones sindicales, sociales y políticas, y lograr ponernos de acuerdo en establecer un nuevo trato laboral, en el que la reducción de la jornada de trabajo sea el primer hecho concreto.
Debemos articular voluntades para que podamos tener trabajadores con derechos a vivir en condiciones dignas, donde tengamos una jornada de trabajo que nos permita compartir con nuestra gente y poder compensar, de alguna forma, nuestros esfuerzos diarios.
Las 40 horas no son ni quimeras ni opio, es un estándar en los países desarrollados. Las 40 horas deben ser un pilar para un nuevo modelo de desarrollo, donde el trabajo digno -y no la explotación- sea el camino del nuevo Chile.
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