La inesperada votación de Jair Bolsonaro en Brasil no ha dejado indiferente a nadie. Con un 46% en la primera vuelta (17 puntos más que su contrincante, Fernando Haddad), se hace muy probable que el polémico candidato ultra derechista del Partido Social Liberal alcance la presidencia el próximo 28 de octubre.
Si bien ya se han realizado varios análisis sobre la primera vuelta brasilera, lo cierto es que muchos parecen prescindir de una aproximación integral a la problemática. Y en esa línea, descontextualizar el fenómeno Bolsonaro puede ser tan peligroso como minimizarlo.
En concreto, para discernir lo ocurrido en Brasil se debe comprender también el proceso de Orbán en Hungría, de Le Pen en Francia y de Trump en Estados Unidos. Además, se deben tener en consideración el apoyo a grupos nacionalistas en Finlandia, Austria, Holanda y Alemania, el triunfo del Brexit, con la consecuente polarización de los discursos políticos de UK, y hasta la derrota del Acuerdo de Paz en Colombia el pasado 2016.
Tal y como ha sugerido la intelectual Chantal Delsol en su reciente visita a Chile, las diversas lecturas que se les han dado a algunos de estos fenómenos denotan una cierta dificultad por aceptar la realidad. En otras palabras, se haría incomprensible para ciertas elites el hecho de que el pueblo no sea tan cosmopolita y universalista como ellos piensan, e incluso algo inadmisible que los ciudadanos pudiesen estar más bien arraigados a la familia, a la patria y al entorno.
Más allá de otras sugerentes y algo aventuradas definiciones de la filósofa francesa, su visión da luces sobre cómo enfrentar el estudio de estos procesos que se comienzan a vivir en Latinoamérica.
En nuestro país, al menos, la tónica parece ser muy similar a la (d)enunciada por Delsol. La incomprensión e inadmisibilidad del resultado parece dejar a los analistas criollos tan atónitos que ven como única salida el desprecio hacia estos procesos y, sobre todo, hacia los mismos votantes. Quien opta por Trump, el Brexit o Bolsonaro termina siendo caracterizado como un extrañísimo espécimen de la raza humana, algo subnormal e irracional y sin comprensión alguna de los fenómenos que enfrentamos como sociedad. Entonces, en vez de comprender se pontifica.
Pero, para ser sinceros, la subyacente fractura entre elite y pueblo, por ponerlo de algún modo, no sólo atañe a las izquierdas del vecindario, sino que también a sectores conservadores y liberales que han evadido la tarea de hacerse cargo de estos problemas.
Así, podríamos recordar la célebre frase de Winston Churchill quien, desde un prisma algo platónico, nos aseguraba que “el mejor argumento contra la democracia es una conversación de 5 minutos con un votante promedio”.
Si el progresismo se aleja de la ciudadanía con sus prioridades de twitter ajenas al sentir popular, la derecha parece hacerlo a través de la tecnocracia y del consecuente desprecio por una comprensión política algo más integral de los problemas sociales.
Es cierto que nuestro país parece estar aún lejos de un Trump o de un Bolsonaro, pero la verdad es que no lo estamos tanto de la desconexión entre gobernantes y gobernados que luego deviene en estos fenómenos.
Distintas encuestas vienen mostrando desde hace algún tiempo que el alto interés por los asuntos públicos convive con un desprecio por la política (como si fueran cosas distintas).
Por lo mismo, es necesaria cierta humildad a la hora de comprender que el problema de fondo atañe a izquierdas y derechas.
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