El candidato de la ultraderecha ha ganado en Brasil. Sin embargo, el sentimiento que predominaba la noche del triunfo era principalmente un desahogo antipetista. Hasta el ex presidente Fernando Cardoso, exiliado en Chile, amigo del ex presidente Lagos, demócrata por excelencia, sucumbió ante el fervor popular que se acrecentó en una consigna: cualquiera, menos el PT.
Y eso que Cardoso es un hombre progresista y racional, por eso su mutismo en la segunda vuelta dice mucho de la falta de convocatoria que tuvo la idea de parar al fascismo. Una consigna demasiado fácil y recurrente para audiencias de un nuevo mundo.
El rumor de ese extraño fervor contra la izquierda brasileña venía desde hace tiempo. Un profesor de filosofía de ese país lo puso al descubierto y explicó porqué el PT perdería, como sucedió el domingo.
Todo comenzó con la parálisis de la izquierda ante la insatisfacción del pueblo; en su incapacidad para hacer una necesaria autocrítica de su actuar; además, salpicada por la corrupción, el sectarismo y la inconsecuencia de la praxis con su discurso político.
Lo que se agravó con la insistencia de la izquierda por demonizar - sin intentar comprender - a los que piensan de modo diferente.
De esa izquierda que ya no critica, sino que etiqueta de “fascista”, “homofóbico”, “racista” o “machista”, sin agregar mucho al debate.
A pesar de ello, mujeres, negros y homosexuales votaron en la primera y en segunda vuelta a Bolsonaro, sin atender a las consignas.
16 años de gobierno del PT y sus diversos aliados, convirtieron a los héroes de ayer en bandidos y ladrones de hoy. Hicieron posible que un ultraderechista se vistiera de patriota.
Un hombre dispuesto a hacer una contrarrevolución religiosa inspirada en el orden, el nacionalismo y un programa liberal en la economía que promete al pueblo incorporarlos al capitalismo.
El caso del PT resultó agravado por sus alianzas espurias en el Parlamento, esa política que por conseguir un triunfo táctico, opta deliberadamente por el poder ante la virtud.
Hicieron de Lula la vaca sagrada. Corrompieron a la prensa con avisos estatales y establecieron como incuestionables las decisiones cupulares. De este modo expulsaron, acallaron o ningunearon a todas las voces críticas dentro de la izquierda. El PT hablaba de democracia y no la practicaban ni en su propia casa: sólo a última hora acudieron a Haddad.
Varios de la propia izquierda chilena - algunos demasiado cercanos a la trama - presentaron la elección de Brasil como una disputa entre barbarie y civilización, sin detenerse a pensar por un momento que un bárbaro no disputa elecciones, sino que toma el poder por la fuerza. Habrá que ver qué tan distinta es la ultraderecha en el poder en Brasil, de la ultraizquierda que gobierna Venezuela o Nicaragua.
Los grandes países de América del Sur - salvo Venezuela - están gobernados por la derecha. Sin embargo, no es lo mismo Bolsonaro que Macri, o Vizcarra que Duque: hay matices y en algunos casos no son menores.
En teoría están limitados por las instituciones nacionales ya que dependen todos de una Constitución, un Congreso fuerte y un Poder Judicial independiente. Es la hora que la izquierda fortalezca las instituciones democráticas y no que contribuya a horadarlas en la disputa táctica.
La izquierda chilena tiene una deuda reflexiva con sus seguidores. Falta una autocrítica valiente a la altura de los errores pasados, un camino de vuelta al pueblo trabajador y una propuesta realista ante los embates del populismo de derecha.
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