La victoria de la derecha radical no es un accidente ni una anomalía pasajera. Es el resultado de un país cansado, inseguro y frustrado, donde amplios sectores sintieron que la promesa de dignidad no se tradujo con la velocidad, claridad ni eficacia que esperaban. Asumir esa realidad es el primer acto de responsabilidad política. Negarla sería el camino más corto hacia una derrota aún más profunda.
El Frente Amplio enfrenta hoy una encrucijada histórica. No basta con resistir ni con administrar la nostalgia de un ciclo que ya terminó. Tampoco sirve refugiarse en la superioridad moral o en la caricatura del adversario. La tarea es más exigente: reconstruir una alternativa de futuro capaz de volver a convocar mayorías sociales, en un contexto adverso y con reglas más duras.
Ese proyecto no parte de cero. Tiene raíces claras: la convicción de que la democracia no se agota en elecciones, que la dignidad no puede depender del mercado y que el desarrollo no puede seguir destruyendo los territorios que lo sostienen. Pero ese horizonte debe actualizarse. Hoy, hablar de justicia social sin hacernos cargo de la seguridad, del orden democrático y de la eficacia del Estado es insuficiente. Del mismo modo, hablar de crecimiento sin derechos, ni cuidado de la vida, es retroceder décadas.
El nuevo ciclo exige una izquierda democrática más madura: capaz de combinar derechos con deberes, diversidad con cohesión social, transición ecológica con empleo y bienestar concreto. Una fuerza que no tema gobernar, pero que tampoco pierda su capacidad crítica; que entienda el conflicto, pero no viva de él; que escuche más de lo que prescribe y que vuelva a hablar el lenguaje de la vida cotidiana.
La oposición que viene no puede ser testimonial ni puramente reactiva. Debe ser propositiva, estratégica y profundamente democrática. El Frente Amplio tiene la responsabilidad de encarnar esa tarea: defender lo avanzado, resistir los retrocesos y, al mismo tiempo, preparar un nuevo proyecto de país. La esperanza no está derrotada. Pero ya no se hereda: se vuelve a construir. Y eso empieza ahora.
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