¿Una nueva Derecha?

El Manifiesto por la República y el Buen Gobierno, documento suscrito por seis políticos e intelectuales de la derecha chilena, entre los que destacan por su participación pública los nombres de los senadores Andrés Allamand, Hernán Larraín y del ex Contralor Ramiro Mendoza, representa una contribución importante a un debate que el país merece tener, que interpela a los miembros de la Nueva Mayoría y se distancia del discurso neoliberal que hasta el presente ha dominado en el derecha chilena.

Quizás sea esto último lo que merece ser destacado. El ultraliberalismo, como lo señaló Todorov en uno de sus textos,  representado en figuras intelectuales como Friedrich Hayek o Milton Friedman o en gobernantes como Tatcher, Reagan o Pinochet postulaban sin ambages que el Estado debía abstenerse de obstaculizar o corregir el “curso natural”de la sociedad, esto es, las leyes del mercado y la libre competencia. Para ellos, en una visión maniquea y reduccionista, el ser humano debe ser autosuficiente y conceptos como el bien común o el interés general, serían abstracciones vacías que impiden reconocer la auténtica naturaleza ferozmente individualista del hombre.

El papel del Estado, en esa lógica debe ser facilitar el poder económico, no limitarlo, y los que se quedan al margen del mercado, los perdedores, serían simplemente desechos del sistema, condenados a la pobreza y al desprecio, culpables de su propia desgracia.

Esta idea que apuntala y legitima la idea del “hombre como el lobo del hombre” y que ha sido el discurso dominante de la derecha chilena desde la era de los Chicago boys, resulta en la práctica una ruptura con el pensamiento democrático y humanista que justamente insiste en la naturaleza social del ser humano y en donde la autonomía y libertad de cada uno queda limitada por esa necesidad de vivir en sociedad, considerando a los otros como a uno mismo, y reconociendo que los principios de igualdad y fraternidad son tan relevantes como el de libertad.

En su parte más doctrinal el documento en cuestión hace una reivindicación de lo público y de la política, del bien común y de los deberes del Estado, en tanto “forjador de la nación” y garante de su permanencia. Alaba la democracia liberal, la separación de poderes, la participación y fortaleza de la sociedad civil, la voluntad de diálogo y otras virtudes democráticas.

Reconoce el problema de la desigualdad, así como la necesidad de fortalecer las conductas y legislación que impida los abusos. Ciertamente desliza no pocas críticas al gobierno de la Nueva Mayoría, pero no parece ser esto lo relevante, sino su manifiesto deseo de romper con el discurso ultraliberal, lo que es bienvenido. 

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