El escenario actual presenta dos candidatos de tendencia socialcristiana. Manuel José Ossandón y Carolina Goic, los que se enfrentan a los candidatos que van desde el liberalismo conservador hasta la izquierda con elementos marxistas, anárquicos y estructuralistas. El factor común de esas candidaturas es su férrea oposición a las candidaturas socialcristianas. Las críticas más fundamentales contra el socialcristianismo se sintetizan en dos grandes ejes: El económico-social y el ético-moral.
En el primero, el liberalismo-conservador plantea un rechazo total a la idea del crecimiento con paz social, o en otras palabras a la idea de que no hay economía social sin Estado social, lo que implicaría la corrección del modelo neoliberal en lo que respecta por lo menos al sistema de pensiones.
En el segundo eje, la izquierda en general plantea una crítica a la concepción antropológica de persona del social-cristianismo, cuestionando la dignidad humana de la persona como tal y depositándola exclusivamente en las estructuras genitales y los deseos individuales, cuestionando el derecho a la vida y a la familia.
Las críticas al social-cristianismo en estos dos ejes dan cuenta al fin y al cabo que éste presenta una concepción de bien común que las otras tendencias no tienen. Una concepción donde la dignidad de la persona es fundamental, que se proyecta en su vida familiar y comunitaria. Las otras tendencias centran su privilegio en el mercado, en el Estado y en la lucha de clases.
El bien común es un camino de dignificación de las personas y sus comunidades en el que se busca crear condiciones sociales, económicas culturales y político-institucionales en la que los derechos humanos pueden realizar de un modo más garantizado y por ende donde las personas pueden convivir bajo marcos más seguros. Esas condiciones son las que al fin y al cabo enfrentan a las tendencias socialcristianas con el resto de las tendencias ideológicas y políticas.
No por creer, necesariamente, que las otras tendencias no aspiren a ese bien común descrito, sino que lo hacen en base a criterios y valores que para el social cristianismo no son los adecuados como, por ejemplo, el individualismo, la intolerancia, el resentimiento y la desconfianza.
En conclusión, el todos contra el social-cristianismo es una pretensión de legitimación política como legítimos constructores de bien común en base al vaciamiento ético de la democracia que muchos social-cristianos generaron, y que ahora pretenden legítimamente recuperar. La pretensión de los que no lo son se basa en aprovechar la desconfianza para construir y los socialcristianos se orientan en la confianza, lo que resulta transitar en un camino más difícil, pero mucho más correcto y seguro.
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