Hace un año, invitada a aportar ideas para un libro con propuestas de políticas públicas en ciencia y tecnología, y recogiendo ideas de distintos colegas, propuse la formación de un metafórico "Banco Central" de la Ciencia y la Tecnología. Utilicé esta comparación con el organismo económico porque pretendía sugerir la formación de una instancia autónoma y multipartita, en que el Estado, investigadores, universidades, empresarios e industriales pudieran reunirse periódica y sistemáticamente para proponer una estrategia conjunta de desarrollo para el país, que supere los estrechos márgenes de tiempo que dispone un determinado gobierno.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, la ciencia, la tecnología y la innovación se transformaron en factores críticos de poder político y económico, y las políticas de esta área han formado parte de las diferentes estrategias de desarrollo de distintos países.
Fue en este marco que, hace ya dos décadas, el Consejo Europeo aprobó la llamada Estrategia de Lisboa (marzo de 2000) y declaró que su objetivo principal era la transformación de la Unión Europea en la economía mundial más competitiva basándose en la promoción de la excelencia científica y tecnológica. Ese modelo ha servido de base también a los esfuerzos de los países latinoamericanos y así lo refleja la actual política de CTCi en Chile.
Como académica y como miembro de un centro multidisplinario de investigación (el Centro para el Desarrollo de Nanociencia y Nanotecnología, Cedenna), creo que Chile necesita generar un espacio de conversación inclusiva, que permita a todos los participantes en esta cadena de progreso -desde la formación académica y el desarrollo de la ciencia básica hasta la industria- hacer un diagnóstico imparcial y fundado de nuestras necesidades, requerimientos y posibilidades, para posteriormente consensuar una estrategia de desarrollo para el país, con objetivos específicos, mesurables y realistas a mediano y largo plazo.
Una entidad que defina prioridades nacionales y fije reglas transparentes para su cumplimiento. Una suerte de "Consejo de CTi", con amplia participación (por ejemplo, de las universidades y centros, de los distintos ministerios -Ciencia, Economía, Desarrollo Social, Educación- y también organismos industriales y empresariales estatales y privados) que podría explorar, diseñar, implementar, y evaluar diversas iniciativas con parámetros consensuados, confiables y transparentes.
Sería un punto de encuentro permanente donde se fomente la asociación público-privada-académica, con independencia de las otras conexiones que voluntariamente quieran establecer las distintas instituciones entre sí. Un consejo que permitiría, finalmente, establecer también conexiones e iniciativas "nacionales" con los distintos organismos internacionales que apoyan estas tareas, lo que mejoraría la eficacia de dicha colaboración.
De seguro hay muchas otras propuestas en esta dirección, y un amplio Consejo de CTi sería el mejor lugar donde poder presentarlas y compartirlas.
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