“Si no sales de esta cuarentena con un libro leído, una habilidad nueva, un negocio nuevo o más conocimiento que antes, nunca te faltó tiempo, sólo disciplina”.
La frase “motivacional” más viralizada en cuarentena tocó la fibra íntima de muchos estos días. El yo como proyecto nunca antes se había presionado tanto al disponer de tiempo y recursos para su realización. Aprende, crea, haz eso que tenías pendiente, organízate, y sobre todo, exhibe tus logros.
El capitalismo no da tregua ni en cuarentena.
Hemos asumido dócilmente el mandato de ser emprendedores más que personas. Diseñar estrategias de autorrealización, determinar objetivos de vida, gestionar nuestro tiempo y comparar nuestros resultados con otros, son las reglas para construirnos como sujetos productivos ante el paradigma de eficiencia que hoy impera.
Con la promesa de felicidad al final de la jornada, si encontramos más frustración que bienestar no importa, seguimos emprendiendo el yo. De Narcisos pos modernos hemos pasado a Prometeos pos modernos; encadenados por la idea de productividad, por Hefestos, todos los días llega a visitarnos el águila del fracaso y desmotivación para comerse nuestro hígado, nuestro ánimo, el que volverá a regenerarse para ser devorado nuevamente por la orden “emprende, ocúpate, no pierdas tiempo”.
La frase viralizada apela a un concepto que es disonante con los tiempos hedonistas que vivimos, la disciplina. La era del placer y el entretenimiento se ve conflictuada por una norma de conducta castigadora, si en cuarentena no logramos algo, es básicamente porque somos flojos. Nos recuerda el dicho “los tontos se aburren”.
La presión por aprovechar cada momento se sustenta en la culpa, y esa, es una de las estrategias más certeras que ha adoptado el capitalismo en pandemia.
Un solo ejemplo, es increíble la saturación de videos en Instagram de personas que exhiben cómo lograron hacer pan. Algo tan trivial y cotidiano ha sido resignificado como símbolo del emprendimiento del yo, que no lo hace para subsistir, si no para vanagloriarse de su productividad. “¿Ven? ¡Estoy haciendo algo!” puede leerse en el inconsciente de muchos que publican levaduras y que en su vida habían prendido el horno.
Sin darnos cuenta, la forja de Hefestos ha sido una instancia de juicio moral que condena el ocio en tiempos de cuarentena, prohibiendo el “dolce far niente” exigiendo más y más demostraciones de productividad.
La culpa, asociada al placer, nos lleva a la búsqueda de un ideal del yo, sonriente y positivo en la reclusión de su hogar, presionado a innovar actividades y ser eficiente en sus publicaciones y obtener likes, cual bono de rendimiento.
La negación del ocio en cuarentena exacerba así la fricción de dos fuerzas hipermodernas, el hedonismo versus la productividad. Para conciliarlas, caemos en la trampa del emprendedor del ocio, el sujeto que disfraza su necesidad inconsciente de cumplir bajo una ilusión lúdica de eficiencia. El resultado, más ansiedad en pandemia.
“El ocio sólo sirve hoy para descansar del trabajo. Para muchos el tiempo libre no es más que un tiempo vacío, un horror vacui. Tratamos de matar el tiempo a base de entretenimientos cutres que aún nos entontecen más. El estrés, que cada vez es mayor, ni siquiera hace posible un descanso reparador. Por eso sucede que mucha gente se pone enferma justamente durante su tiempo libre. Esta enfermedad se llama leisure sickness, enfermedad del ocio. El ocio se ha convertido en un insufrible no hacer nada, en una insoportable forma vacía del trabajo” explica Byung-Chul Han.
Lo más triste es que este dilema es un asunto de élite. Muchos no tienen ni siquiera la opción de fantasear con la idea de negar el ocio, están cansados de tener que emprender de verdad, día a día, exponiendo hoy sus vidas por nosotros y para subsistir.
Qué idiota y dolorosa es aquella frase viral para los recolectores de basura, personal de salud, transportistas, los que atienden público, los que nos abastecen. El ocio es un lujo. Y quienes puedan, deben apreciarlo.
Aquellos con espíritu revolucionario, sabrán que no es necesario pararse en la plaza pública con una bandera y guiar al pueblo. Hay revoluciones que parten por casa. Basta con la revolución íntima. Los que sean privilegiados en cuarentena pueden irse a paro y simplemente no hacer nada, o bien, ser genuinos a la hora del hacer; lo que alimenta al emprendedor del ocio es la falacia del hacer por placer cuando en realidad es un hacer por cumplir.
Si hacemos pan, disfrutamos el proceso y lo compartimos en Facebook, está muy bien si es un gesto sincero. Pero si lo hacemos para combatir el ocio y demostrar algo a nuestra audiencia, seguiremos en modo Prometeo 2.0, encadenados día a día.
Tememos que nuestra cuarentena se transforme en un “Día de la marmota”, donde Bill Murray despertaba para vivir el mismo día eternamente. Pero muchos ya vivían el día de la marmota antes de la pandemia, y por desesperación, se hacen emprendedores del ocio para zafar.
Pero ver nuestra vida como la negación del ocio, es decir, como un neg-ocio, es el peor de los negocios. Es un regalo inmenso poder vivir el tiempo en otro tempo, sin obsesiones, sin metas, sin comparaciones.
Prometeo en el mito finalmente es liberado.
Para ello, tenemos que flechar al águila.
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado