Tengo que reconocer que en tiempos de negativismo me alegra cuando hay noticias buenas, pues saber que la pobreza ha disminuido en nuestro país, es una situación que no nos puede ser indiferente, sobre todo, si consideramos que erradicarla ha sido uno de los grandes desafíos que han tenido los diferentes Gobiernos de nuestro país.
Pese a que aplaudí las cifras que arrojó la última encuesta Casen, hay otra realidad que está dando graves alertas de que aún tenemos un camino con muchas piedras por recorrer, pues no nos podemos hacer los tontos con la realidad que enfrentan hoy los menores internados en el Sename.
Usted dirá que estoy mezclando peras con manzanas al hablar de la pobreza y el Sename, pero a mi criterio, algunos menores de los que están o han estado en estos centros, son lamentablemente el resultado de una sociedad que les dio la espalda.
Ante lo mencionado, quisiera compartir dos casos en los que he podido vivir en carne propia la crisis por la que pasan importantes Instituciones de nuestro país y en la que me tuve que enfrentar a realidades que queramos o no, en ocasiones son consecuencias que nos indican que estamos fallando como sociedad.
Hace algunos años tuve la oportunidad de trabajar en un hogar de menores y me tocó ver lo difícil que es la vida de quienes se encuentran en su interior. Vi cosas de esas que te marcan, vi niños carentes de cariño, niños asustados, niños soñadores, niños enojados con el mundo y otros que simplemente, se conformaban con lo que les estaba tocando vivir.
Por eso me duele y me provoca un cierto grado de impotencia cuando organismos que deben velar por su cuidado y darles el trato que su familia no les dio, son abusados y en ocasiones hasta mueren por no recibir la ayuda que necesitaban.
Acá no estamos hablando de indicadores o de números, estamos hablando de menores que murieron en manos de una Institución que debió demostrarles que por más negras que sean a veces las cosas, sí se puede salir adelante, y sí hay un espacio para ellos en la sociedad, pues si no se hace bien la labor, sólo se estará replicando a futuro lo que a ellos les tocó vivir.
Por eso siempre me cuestiono dónde queda el debate de los “pro vida” ante estos escenarios, si van a defender la vida, que sea en todas sus etapas, que las discusiones no se centren sólo en el origen de esta, pues hoy, y con los casos que han salido a la luz, este derecho se ha transgredido.
Algo similar me ocurrió ver en las cárceles, donde tuve la oportunidad de trabajar junto al Padre Felipe Berríos. Sé que son escenarios y personas diferentes, pero en ambos se pueden apreciar dos factores en común; el primero de ellos, la crisis de dos instituciones que de cierto modo deben contribuir a la reinserción de sus ocupantes y la segunda, la violación a los Derechos Humanos de quienes ahí se encuentran, pues buenos o malos, esta debe ser una garantía transversal.
En el caso de lo ocurrido en los Centros de menores, declaro con decepción que la sociedad y los empresarios de nuestro país les hemos fallado, pues tenemos las herramientas para darles oportunidades laborales, de capacitación, de estudios, etc., pero lo que ha ocurrido sobrepasa todas las justificaciones existentes.
Mucho nos llenamos la boca hablando de un futuro mejor, pero lamentablemente no nos damos cuenta que se ha pisoteado a quienes pudieron haber contribuido de modo positivo a nuestro país.
Nelson Mandela decía que “no puede haber una revelación más intensa del alma de una sociedad, que la forma en la que trata a sus niños” y al parecer, en nuestro caso, esta revelación ha dado a conocer una vergonzosa y repudiable realidad.
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