La deserción docente es hoy uno de los principales riesgos del sistema educativo. Chile tiene más de 22 mil docentes menores de 40 años fuera de las aulas, y quienes abandonan muestran un puntaje PAES 10 puntos superior al de quienes permanecen (Horizontal, 2025). Estamos perdiendo talento valioso y altamente formado.
Una herramienta clave para evitarlo es la mentoría. Pero aunque la política pública lo exige, sigue sin llegar a quienes la necesitan: Chile creó duplas de mentorías equivalentes al 11,1% de los docentes nóveles, pero solo 1% de ellos recibe efectivamente el acompañamiento que establece la ley (PNUD 2023). La brecha entre el diseño y la implementación es evidente.
¿Por qué apostar por la mentoría? Porque no solo disminuye la sensación de aislamiento y agotamiento -dos motores de la deserción- sino que mejora directamente las prácticas docentes y, por ende, el aprendizaje de los estudiantes. La evidencia lo confirma: en nuestro Diplomado en Mentoría, 76,6% de los graduados sigue realizando mentorías después de egresar, en contraste con el 4% a nivel nacional. Un factor que podría explicar esta diferencia es que en nuestro programa es a nivel escuela que se determina quienes serán mentores y a que docente acompañará facilitando las condiciones para que esto ocurra.
Y los resultados de esa cultura de acompañamiento en la escuela lo hemos visto en terreno. En el programa Impulso Mentor, tras dos ciclos de retroalimentación, los estudiantes aumentan en 35% su tiempo en la tarea, es decir, 7 estudiantes más que siguen la clase. Invertir en mentorías no es solo una política de apoyo docente: es una estrategia concreta para mejorar los aprendizajes.
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