¿Qué significa ser académico/a? La virtud de educar

En 1952, el filósofo alemán Josef Pieper publicó el libro "¿Qué significa ser académico?", en el que reflexionaba sobre la esencia de la vida universitaria. Allí planteaba que un académico no es quien enseña para imponer decisiones, sino quien acompaña en el proceso de llegar a ellas. Más de 70 años después, esa premisa mantiene plena vigencia, y es que ser académico implica inspirar a los estudiantes a cuestionar el mundo, valorar la curiosidad y ejercitar un pensamiento autónomo capaz de deliberar en torno al bien común.

En su sentido más profundo, un académico es alguien comprometido con la búsqueda del conocimiento, la reflexión crítica y la transmisión de saberes. Pero también con una vocación de servicio orientada a formar ciudadanías conscientes, responsables y respetuosas. Nuestra tarea consiste en indagar, cuestionar, profundizar e imaginar alternativas frente a los desafíos de la humanidad, como un acto de compromiso político con la mejora de la vida colectiva.

Aunque existe consenso sobre el declive de la universidad en el mundo occidental, la perspectiva académica recuerda que su sentido trasciende la lógica de mercado. A través de la docencia, la investigación y el vínculo con el entorno, los académicos procuramos cultivar integridad, alentando a los estudiantes hacia un estilo de vida razonable, justo y solidario.

La actividad universitaria, por tanto, debe resguardar la libertad y el pluralismo, buscar la verdad y la ciencia, y promover una convivencia marcada por la cordialidad. El aprendizaje genuino no puede ser reemplazado por el monopolio de lo políticamente correcto: todos los planteamientos serios merecen ser escuchados y discutidos, ya que cada uno puede aportar algo valioso. Aceptar la diversidad de perspectivas, midiendo sus méritos con criterios claros, es parte de la riqueza de la academia.

Estoy convencido de que pensar sin "barandillas" es necesario en estos tiempos, pero pensar con sentido crítico y ético lo es aún más. La universidad del siglo XXI debe propiciar el diálogo y la colaboración, no solo entre estudiantes, docentes y autoridades, sino también entre instituciones y comunidades que buscan un conocimiento emancipador y transformador.

En definitiva, la universidad no puede limitarse a ser una suma de funciones y estructuras. Debe ejercer un liderazgo que contribuya al desarrollo de los países y de sus ciudadanías, incidiendo en los debates públicos, las políticas y las prácticas sociales. Solo así podrá aportar de manera sustantiva a la construcción de un futuro más equitativo, orientado al buen vivir y a la vida justa.

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