Desde que tengo uso de razón que se me rebelan en mi mente las inequidades, tanto como la imagen de las personas que se envuelven falsamente en ropajes de pobreza para demostrar popularidad o ven al necesitado como aquel sujeto a quien poder dar órdenes de la forma en que ha de dirigir su vida, al más estilo de algunos añejos líderes del milenio pasado, que bajo la promesa del paraíso en la tierra, solo perpetuaron la miseria y tiranía en sus pueblos; hay otros países que siguieron esos ejemplos y que han provocado la diáspora de millones de personas que -cosa extraña- buscan como destino este flaco y largo terruño, que bendecido por la divinidad, posee hermosos paisajes y grandes vates, entre ellos dos Premios Nobel, Gabriela Mistral, quien sería la madre y maestra de nuestra patria; y Pablo Neruda, el dueño de las metáforas del universo; junto a ellos, hay una infinita lista de artistas, deportistas y científicos, que nos han dado parte de sus genialidades y sabiduría, empero muchos de ellos, eligieron el destierro o el exilio para pasar sus últimos días.
Es que nuestro pueblo carece de la gratitud y es bueno para criticar, dañar los paraderos y buses que sirven a los pobres; esconderse bajo la capucha o el overol blanco y destruir, literalmente, el faro de luz de la nación y no ofertar nada a cambio, pidiendo se les dé la razón al que agita o grita más fuerte y olvidar a los adultos mayores y niños. El tema de suyo es conocido y sería redundante, volver a abordarlo. En lo personal, de niño me quedó grabada una frase de un presidente de un país desarrollado (John F. Kennedy) y que leí en mi escuela: "No pienses qué puede hacer tu país por ti. Piensa qué puedes hacer tú por tú país".
Lo claro es que el nuestro no se trata de un pueblo virtuoso, aunque ello no nos puede hacer cegar, para no observar también que hay sabiduría en todo el territorio, eso nos hace respetar que, en un Estado democrático de derecho, el soberano es la manifestación más justa e imposible de reproche, el resto sería música de mala calidad, ya que no puede la gente ser sabia cuando pide un nuevo texto constitucional e ignorante, cuando rechaza el documento propuesto; mal camino eso de "insultar, rotear y exponer a las personas según sus ideas, pues es impropio a toda democracia".
Sólo cabe concluir que debemos reflexionar, sobre todo, aquellos que deseamos genuinamente un nuevo texto constitucional, que sea la casa común"; ya que hubo una hermosa oportunidad y como la flecha lanzada o la palabra dicha, ya fue historia, se trató de una ocasión perdida. Aunque no somos esa sociedad perfecta, eso no implica que hay millones de personas que buscan en el estudio, el trabajo, el esfuerzo y que abogan por mejores oportunidades y educación de calidad, pero también por un halo social de respeto; qué duda cabe, estamos frente a un país que sin perder lo avanzado en años y que ha sido un imán para millares de inmigrantes -los más, un aporte y algunos derechamente una carga negativa- hay una gran comunidad que parafraseando a Carlos Peña: "Sabe del costo de los avances sociales que ha tenido por décadas y que no desea ser redimido por líderes que no conocen los zapatos con los cuales han conseguido sus metas hasta tener sus logros, avances que no desean perder ni arriesgar".
Equivocados o no, es una realidad hace poco manifestada. En fin, la gran mayoría es más simple en sus requerimientos, buscan básicamente una ruta segura, en el marco de un país unido en armonía, amante de la paz, que condena la violencia; que desea realizar sus sueños y anhelos con un Estado que, sin renunciar a sus deberes básicos ni espacios a los particulares, tenga como norte velar por los más débiles. Esperemos haya otra oportunidad para crear el anhelado estado social y democrático de derechos, pero no como una lista infinita de supermercado, sino algo realizable y en el intermedio, no olvidar que hay mucho que mejorar y hacer.
Desde muy niño, nacido en aquella comunidad precaria en lo material, pero rica en lo espiritual y colectivo, conocí ese otro Chile, aquel que muchos de los subcincuenta no conocieron o simplemente olvidaron, aquel que ocupaba junto a Haití los últimos lugares en Latinoamérica y donde la desnutrición y el analfabetismo eran desafíos que algunos científicos y académicos, junto a políticos que miraban a largo plazo, pudo -con errores en el camino- conseguir y pasar a una sociedad donde hoy se discute cómo ha de repartirse la torta, la que en nuestros tiempos era inexistente. Así, aunque siempre hubo delitos -como en toda sociedad- tanto por la naturaleza del sistema inquisitivo y su secretismo absoluto e ignorancia general del modelo de política criminal estatal, ni la prensa ni la gente decía algo relevante sobre el sistema penal y menos sobre el rol policial.
Es evidente que la realidad de hoy es muy diferente. La complejidad del tema delictual que hoy enfrentamos y que algunos avizoramos hace algunos años -con proyectos concretos no considerados- lo hace un desafío de magnitud. En esto, hemos seguido sin prisa pero sin pausa y con diagnóstico claro, primero desde el 2005, con la implementación del sistema acusatorio en la Región Metropolitana, mientras otros solo critican, algunos aportamos con charlas, talleres y –luego- con la creación de un curso absolutamente gratuito, buscando crear una energía positiva entre todas las instituciones y profesionales, que desde sus legítimas miradas puedan contribuir a mejorar la acción del estado y sus policías ante el delito y por cierto, entregar al mismo tiempo una respuesta a la comunidad; en una tesis que se opone a aquella que se nos presentaba cuando decíamos esto en su momento, en el sentido que el sistema penal era de naturaleza dual (el imputado frente al Estado) y respondíamos que ello, como dogma ha emigrado a un concepto más complejo donde la comunidad requiere una respuesta razonable.
Es un hecho de la causa que las entidades y estructura con los años dan cuenta de una cierta fatiga natural de materiales y ha quedado demostrado el correcto diagnóstico que algunos hicimos otrora, al pasar de la preocupación a la acción en la mejora en la formación del rol policial en el marco procesal penal, sin embargo, fue un aporte minúsculo sin la estructura y definición necesaria, lo que hoy se ha de observar como un imperativo para el nuevo Chile: Cualificar el rol de las entidades policiales, porque aquellas son las que ayudan a la eficacia del derecho y desprestigiarlas solamente, sin buscar corregir sus nudos críticos, es un cheque en blanco para los grupos delictuales que observan -entre risas- la tensión social entre dichas entidades policiales y la comunidad.
Este desafío es imposible sin el aporte de profesionales de la Defensoría Penal Pública, la Fiscalía, el Poder Judicial, la Universidad de Chile y la academia en general. Todo ello, unido al compromiso de la Policía de Investigaciones de Chile, de Carabineros y de todos aquellos que piensan que si bien criticar es válido, sin una acción efectiva es inútil, tal como nos enseñara nuestro amigo, colega y general Hernán Sanhueza, pues ello sería solo una respuesta vacía y así -en su memoria y por nuestro compromiso- la semana siguiente, materializaremos nuestra décima edición incorporando al universo de la justicia local y como siempre, con la activa participación de estudiantes de derecho que observan y escuchan para opinar con argumentos en uno u otro sentido.
Todos los que actuamos en este encuentro, pensamos que es de vital importancia, mejorar junto a quienes conocen no solo la teoría sino el giro real de la actividad, que es menester para avanzar y volver a tener entre las entidades más prestigiosas a nuestros carabineros y detectives, porque entre los millares de personas que integran dichas instituciones, también se refleja el Chile real, son parte de los nuestros, con errores y con grandes virtudes como el amor al país, sus tradiciones, el compromiso con el Estado democrático de derecho y su gran definición, que al leerá cada vez me estremece: "Dar la vida por los demás, si fuere necesario".
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