"Detrás de cada mujer existe una historia que la convierte en una guerrera", anónimo.
La mala memoria de los y las chilenas es quizás un patético signo, parte de nuestra idiosincrasia, que olvida ad profeso a las personas que por su testimonio merecen un permanente reconocimiento. Han transcurrido ya dos años del fallecimiento de esta gran profesional, a la que me permito con gusto recordar.
Manola Robles (1948-2021) murió víctima de cáncer pulmonar. Sus colegas la despidieron como merecía, el Covid-19 impidió un funeral multitudinario, como una expresión de enorme gratitud hacia su persona por su lucha y compromiso permanente para recuperar la perdida democracia, que la hizo merecedora de múltiples premios.
El velatorio se realizó en el Teatro Nacional Chileno, arte del cual siempre fue amante, adorando a Federico García Lorca, como hija de un refugiado que llegó en el Winnipeg, barco arrendado por Pablo Neruda -cónsul en España, por orden del Presidente Pedro Aguirre Cerda- para traer a Chile a los desterrados y perseguidos de la cruenta guerra civil en ese país.
Su vida transcurrió entre el amor por su familia -esposa, madre y abuela- que dio motivo de su permanente disputa para buscar siempre la verdad y libertad, legado de su padre. Nada más importante que su grupo familiar, que nadie ni nada lo tocara. Caso contrario, la guerrera se levantaba a pelear sin descanso. Hay de quien se le atravesara en su camino, su potente voz era escuchada y respetada, como ninguna.
No hay mujer que no deje huella, si no está envuelta en una pasión. Durante los negros días de la dictadura, jamás retrocedió, cubrió en el terreno las protestas de aquellos aciagos días, donde los militares disparaban a matar por orden del general Augusto Pinochet, sus crónicas y relatos eran verídicos, sin aceptar cuestionamiento alguno por su jefe o director de prensa.
Una mujer apasionada, valiente y sobre todo justiciera. El periodismo en terreno fue su lema, buscaba la noticia en medio de balas y la represión, destapando toda la mugre que encontraba en su diario caminar, donde la corrupción reinaba en los círculos del régimen militar. Cuando sonaban los tambores de Radio Cooperativa, despachando la noticia del día, sabíamos que algo pasaba en el país, era una de las pocas que se atrevía a denunciar, aunque le significara la cárcel o el exilio, no trepidó en decir la verdad y toda la verdad.
Amada y respetada por sus compañeros y colegas de trabajo, en los medios que le tocó desempeñarse fue una heroína anónima, que nunca buscó prebendas políticas, de ninguna clase. Por ello su prestigio traspasó las murallas de todas las instituciones periodísticas en la que se desempeñó. Al retorno de la democracia, don Patricio Aylwin la llamó para que fuera su asesora de prensa, sin condición alguna, luchó contra quienes tenían actitudes y conceptos distintos a la libertad de prensa e información, la que tenía que ser oportuna y veraz.
Su último trabajo fue como editora de Opinión del equipo de medios digitales de la emisora, donde se desempeñó hasta su muerte. Creo que su generosidad la retrata de cuerpo entero: me invitó a escribir, pero fue una maestra dura y sin tapujo. Lo bueno era publicado el resto a la basura, sin distingo alguno, siempre se lo agradeceré por su honestidad y fidelidad a su amada profesión.
Me honró con su amistad, la que llevaré como un recuerdo imperecedero a una mujer digna de admirar. Con un grupo de amigos, con cariño y sobre todo con respeto, deseamos solicitar en esta conmemoración la creación de una beca en Radio Cooperativa, su casa, para que una novel periodista siga sus pasos y su doctrina, como expresaba hasta el cansancio, "la verdad siempre, aunque duela a quien le duela".
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado