Esto ya lo escribí en una columna que nadie publicó, que se llamaba “señales claras”. En esa ocasión aclaré que nunca voté por Joaquín Lavín y que en su momento detesté el libro que escribió saludando con fervoroso entusiasmo la transformación neoliberal que se había verificado en Chile, la misma que ha sido recientemente crucificada en el altar de la Plaza Italia.
Dije esto porque hace poco lo vi promover precozmente la apertura de un mall de la comuna que gobierna, aprovechando el veranito de optimismo en que se nos pasó por la mente - no a todos - que retornaríamos a una nueva normalidad.
Y de pronto ¡zás!, surgió un nuevo peak. Y entonces le vi retroceder y explicarle a la ciudadanía que por el cambio en las condiciones, la medida quedaba suspendida, simplemente.
Me pregunto si habíamos sido testigos antes de una señal de política tan clara como la que resultaba del actuar del alcalde Lavín.
Quiso abrir el mall, pero lamentablemente no pudo, porque de pronto el horno ya no estaba para bollos y así lo declaró, abiertamente. Fue y volvió, por buenas razones. Y a todos nos quedó clara la película. De paso entendimos que la cuestión no estaba fácil y que había que seguir cuidándose.
Ahora la autoridad sanitaria, entusiasmada probablemente por el tradicional ánimo carnavalesco que se nos viene a los chilenos para el día de la patria e imaginando que los ciudadanos se volcarían igual a celebrar, con patriótica emoción llamó a todos, moros y cristianos, a celebrar “fondeados en casa” y definió estándares e hizo tabla rasa con el “pasito a pasito” con que veníamos avanzando y lo aplicó por igual a todas las comunas.
Dijo, como en El Principito, ¡que salga el sol! Y ¡plop! La confusión alcanzó rápidamente sus máximos niveles, subieron los termómetros y los especialistas y comentaristas de la pandemia pusieron el grito en el cielo.
Las contradicciones iban y venían, reinó la improvisación varios días. Hasta que finalmente vino el Ministro y reconoció el error, se explicó públicamente desde su tribuna monumental y revirtió las medidas que estaban fuera de lugar. Al fin y al cabo, si bien nos movía el interés por celebrar, tal cosa no era posible.
Como bien dijo Juan Carvajal en La Tercera: “aún cuando para un gobierno es un riesgo reconocer errores, finalmente genera mayor credibilidad el hacerlo. Especialmente cuando se asumen los errores enfrentando el impasse públicamente y corrigiendo las equívocas orientaciones”.
Tiene razón, pues, don Juan, hombre del primer, segundo piso de la presidenta Bachelet. Y ojo, que no es que todo haya quedado completamente resuelto. Como siempre hay unas pocas réplicas.
Entonces ahora pienso, qué saludable es a veces poder ir y venir. Qué bueno es poder decir me equivoqué y no vamos a hacer lo que dijimos, sino que haremos esto otro.
Qué bueno es poder contar con una ciudadanía que esté disponible para recibir buenas explicaciones cuando un error, que siempre es posible cometer, ha sido cometido.
Y aceptarlo. Qué buena fortuna es tener ciudadanos con pantalones largos.
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