A las nuevas generaciones podrá parecerles extraño, pero yo me siento allendista, aylwinista, freísta, laguista y bacheletista, sin complejos y sin contradicciones. Los avances impulsados por unos fueron la base que permitió a los otros continuar la construcción de un país más justo, que es lo que a todos nos importa. Trabajé directamente con algunos de estos líderes y de manera irrestricta apoyé sus gobiernos. No veo conflicto en ello.
Así también espero que en el futuro, cuando eventualmente algunas figuras provenientes del Frente Amplio hagan sus contribuciones al desarrollo de Chile, sepan también aquilatar y valorar el trabajo de quienes, desde la centro izquierda, fueron estableciendo los cimientos de la maduración democrática del país.
La historia no nace ni termina en un movimiento.
Algunos apuestan a la pronta división del Frente Amplio. Yo, en cambio, confío en su aprendizaje y crecimiento. No veo en ellos una amenaza, sino más bien una suerte de renovación de la centro izquierda, complementaria del proyecto que expresa el Partido Socialista y los otros partidos de la Nueva Mayoría.
En el Frente Amplio confluyen liberales, humanistas, ecologistas, social-demócratas y socialistas radicales. Los grupos más ideologizados hacia la ultra izquierda están bastante acotados. Es un arco iris parecido a las primeras expresiones de la Concertación de Partidos por la Democracia surgida a fines de los 80, pero con líderes más jóvenes que tienen el objetivo natural de desplazar a la generación política anterior.
Lo cierto es que al día de hoy el Frente Amplio ha podido conectar con casi la mitad del electorado que tradicionalmente votó por la centro-izquierda, fuera Concertación o Nueva Mayoría, y que se alejó porque las reformas avanzaban muy lentamente, o porque algunas de sus figuras incurrieron en prácticas cuestionadas o simplemente por cansancio, pues esperaban una renovación que tardó en hacerse presente.
Ese cambio llegó gracias a la reforma electoral que nosotros mismos promovimos. De hecho, muchos de los parlamentarios que hicieron los cambios legislativos más profundos de las últimas décadas fueron desplazados del Congreso en las recientes elecciones.
Nadie debiera extrañarse entonces de estos efectos. Hace tiempo que este proyecto alternativo de la centroizquierda estaba en ciernes. Ahora podrá madurar.
Los partidos de la Nueva Mayoría también deberán renovar y actualizar su proyecto político, asumiendo que allí siempre debe haber espacio para el acuerdo con el centro. Es este bloque el que hoy tiene la opción de gobernar. Mañana puede ser el turno de un proyecto alternativo.
En este contexto, el principal desafío de la dirección del PS es establecer una relación de colaboración - y no de enfrentamiento - con esa alternativa. Los resultados dependerán también, claro está, de las decisiones de la otra parte.
Y esas decisiones, particularmente las que se refieren a la segunda vuelta, marcarán el tipo de relación que se forje en el futuro y definirán el sentido y el ritmo de los cambios que pueden hacerse en Chile.
Podemos estar en el inicio de un ciclo virtuoso para la centro-izquierda, marcado por su crecimiento y diversificación, o en el comienzo de un nuevo periodo de crisis y desencuentros, como los que vivieron socialistas y comunistas durante décadas del siglo pasado, o ambos con la Democracia Cristiana, lo que generó las condiciones para el quiebre democrático en los años 70.
Pero, al final del día, al menos debemos estar de acuerdo en que los partidos y las coaliciones, así como los programas, las candidaturas, los cargos y el poder en su totalidad, no son un fin en si mismos, sino que sirven sólo en la medida en que permitan avanzar en los cambios que los chilenos reclaman.
Eso es lo que espera la enorme mayoría de los chilenos que votó por alguno de los proyectos de centro izquierda: más justicia, más igualdad. Cada actor, los antiguos y los nuevos, deberá poner esto en el centro en las decisiones que se deben tomar próximamente.
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