El mensaje de Piñera, la jactancia como definición

En la Cuenta de Sebastián Piñera, este 1 de Junio, oímos un derrame de grandilocuencia y de largos auto elogios como en su anterior periodo presidencial.

Pero no fue sólo el discurso que lee, ahora en el “telepronter”, fue su falta de respeto a la diputada Maya Fernández, su ausencia de referencias a la educación no sexista que ha motivado el más importante movimiento social de este periodo, es la apropiación de las funciones y tareas del Estado como si fueran atributos personales lo que marcan su discurso.

En dos meses y tres semanas desde que asumió el Jefe de Estado, con una escuálida propuesta legislativa y algunos anuncios de efecto mediático, considera que cambia el curso de la historia de Chile, y a través de extensos párrafos trata en vano de insinuar una correlación entre su rol personal y el de O’Higgins, el Padre de la patria.

La mayor incongruencia del discurso de Piñera es la dureza con la “retroexcavadora” y la teoría refundacional y, al mismo tiempo, levantar la ilusión de “un gran salto adelante” como si estuviésemos en el apogeo de Mao en China, cuando aquel mesiánico gobernante, endiosado por el culto a la personalidad, se hizo idolatrar por masas fanatizadas y adherentes irracionales, inflamándolos con metas inalcanzables.

Sin embargo, al entrar en la parte propositiva su mensaje decae, no tiene capacidad práctica y la grandilocuencia que empapa su retórica pasa a ser reemplazada por afirmaciones de tipo general que, en la mayoría de los casos, son reiteraciones ya conocidas; en particular, insiste que es una tarea principal de su mandato, el crecimiento económico y se excusa con el empresariado al decir que no puede bajar los impuestos, hasta ahí llega, nada más.

Es decir, en materia económica no tiene y tampoco se propone tener, una estrategia de desarrollo que rompa la inercia de la exportación de materias primas que hoy limita los potenciales del país, las frases ampulosas de grandes proyectos y saltos adelante no abordan esa necesidad, y por tanto, no avanzan solución alguna a los desafíos concretos que tiene Chile.

Además, de la rutinaria enumeración de conocidas Obras Públicas, diseñadas hace rato por los organismos respectivos, esa repetición contiene un sesgo centralista que si esa lista de inversiones llega a ejecutarse, las zonas apartadas del país estarán más excluidas y distantes de lo que ya lo están. Al gobernante le importa responder al sector de Santiago de mayor capacidad de consumo. Si en el Parlamento no se logran cambios, Chile crecerá en desigualdad.

En definitiva, queda bien claro en su mensaje, que “el salto” que lleva al desarrollo lo visualiza en las fuerzas del mercado. Muchas palabras para tanto auto bombo. No tiene más, seguirá la inercia de los proyectos ya existentes en el aparato público, eso significa que las inversiones para orientar y dirigir a las fuerzas económicas continúan siendo, con sus graves insuficiencias, las que fueron instaladas por la Concertación y por la Nueva Mayoría en sus gobiernos.

Llama mucho la atención, la evidente distancia con la realidad que existe entre su arrogancia discursiva con la puesta en marcha de una propuesta que vaya a darle al país las espectacularidades que el gobernante se permite anunciar.

Por eso, no hay que hacer de la jactancia una auto definición, esa es la conclusión inevitable a la que se llega después de tomar nota del esfuerzo discursivo de Piñera, para llenar el tiempo de valoraciones del propio rol personal, que escapan completamente del diario vivir del país y con una propuesta de objetivos imposibles de medir y cuantificar en su ejecución práctica.

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