El vandalismo, un factor de regresión social

Pocas veces ha sido tan notoria la colusión entre el lumpen de derecha y la ultraizquierda como en los desórdenes callejeros que afectan las principales ciudades del país en ciertos días de "protesta", como el reciente 18 de octubre. La ultraderecha para atacar al gobierno por "ineficiente y débil" y la extrema izquierda para deslegitimarlo por represivo, acusándolo de que "usa las mismas prácticas de Piñera". No les importa que ahora los protagonistas sean grupos de muchos maleantes y escasos manifestantes.

Mientras más saqueos de locales, destrozos en calles y plazas públicas e incendios de cuarteles de Bomberos se provocan, menos organización y conciencia popular hay en tales movilizaciones. Ello fue evidente el reciente martes 18, sin principios que se levantaran ni demandas que se exigieran, el objetivo eran el ejercicio de la violencia en sí misma y el asalto a locales comerciales donde se pudiera.

El vandalismo de anarcos y la ultra fue caldo de cultivo propicio de patotas de maleantes que toman avenidas y centros comerciales para asaltar, robar y destruir, desmanes que caen como anillo al dedo al discurso político intolerante y desestabilizador de la ultraderecha. Incluso, contumaces golpistas del año '73, han vuelto a escena aprovechándose de la situación.

Las acciones vandálicas de supuestos revolucionarios, entre los cuales -como se ha comprobado- hay un buen número de infiltrados y provocadores, no tienen ni una gota de sentido transformador y son eficazmente regresivas. Como parece que les resulta fácil hacer esos saqueos masivos, los convocantes" logran atraer un "público" ansioso de tales "oportunidades" que incluso asiste en automóvil a retirar "el beneficio", esto es que cada cual agarra lo que alcanza y arranca con lo que puede.

El desorden social, la incertidumbre y el impacto que se provoca en las zonas urbanas en que actúa el lumpen agudizan la inseguridad y un miedo cerril a perder lo poco que la gente tiene, cuyo efecto empuja o traslada la base social popular y de izquierda a la derecha ultraconservadora que ya adquirió una presencia que nunca tuvo.

Así también ha sucedido con el fenómeno de la migración en Europa, Estados Unidos y se confirma en Brasil, en este caso, la inseguridad que crece ante las bandas armadas de delincuentes y la ausencia de Estado, extensos sectores populares se pasan al autoritarismo populista desde el que surge el fascismo.

Asimismo, se deteriora muy profundamente la condición moral de un sector de la población que al involucrarse en los saqueos válida las patotas mafiosas y el criterio que "todo vale", aun cuando esa conducta signifique actuar en complicidad con el narcotráfico y los mafiosos que esas mismas personas dicen condenar en conversaciones o intercambios de opiniones en sus barrios o empleos. El narcotraficante se viste de Robin Hood y penetra la base social. En suma, se envilece el comportamiento de los grupos sociales que se involucran con hampones para delinquir.

En consecuencia, aquellas personas que sienten un genuino compromiso militante con la izquierda se equivocan rotundamente en el caso que apoyen y se entusiasmen con el caos y el desorden en comunas densamente pobladas. Los saqueos que ocurrieron en días anteriores no son manifestación de una conciencia revolucionaria como algunos quieren creer ni un embrión o fermento de ella.

Por el contrario, son expresión de una huella siniestra, de la ley de la selva generada bajo la dictadura sembró en el periodo más cruel del terrorismo de Estado, que se adaptó y sobrevivió en la reimplantación democrática y que se amplificó con la extensión global del individualismo neoliberal. Se trata del reinado de la costumbre en que cada cual se rasca con sus propias uñas y se las arregla como puede. Una sociedad sin objetivos comunes y carente de ideales compartidos.

Ese nefasto rastro pinochetista se presenta también en la acción política, a través de conductas personalistas y/o caudillistas de ciertos personeros que hacen lo que les viene en gana, dicen lo que se les ocurre y actúan exclusivamente según su interés individual.

El individualismo ultraliberal es tan fuerte que no se ve fácil reponer una cultura de cooperación en que prevalezca el interés nacional como la cuestión primordial. Sin embargo, ese es el gran desafío. Restaurar una propuesta país que reagrupe una amplia mayoría social y política para realizarla. Con el liderazgo del Presidente Boric esa es la tarea fundamental.

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