El virus de la demagogia

A cinco años del estallido social, parece que varios han abandonado el estado febril que los llevaba a validar el quebrantamiento de las leyes, la discordia social y la violencia pirómana y vandálica. Sin embargo, que la fiebre haya pasado no indica que el virus de la demagogia haya sido eliminado de las entrañas de la República chilena.

Desde tiempos inmemoriales, la demagogia ha llevado a que filósofos y líderes se sometan al ánimo de los peores. Entonces la democracia se deforma producto de las desmesuras y bajas pasiones en las que gobernantes y gobernados se embarcan, donde los primeros prometen cosas absurdas y los segundos se dejan llevar por deseos e instintos de todo tipo. En ese imperio de la irresponsabilidad generalizada las leyes son atropelladas y entonces no es raro que se haga manifiesta una extraña mezcla entre plutocracia, como lo evidencia el caso Hermosilla, y anomia en las calles.

El estallido de octubre de 2019 y el pretendido cambio constitucional surgido en ese contexto fueron expresión clara de la demagogia que se había incubado por años en Chile. Si queremos precisar una fecha, la rebelión contras las leyes y las normas de la vida cívica se hizo evidente el año 2006. Desde ese momento, Chile se convirtió en una sociedad donde los grupos dirigentes y los ciudadanos acarreaban el virus de la demagogia. La llegada de los representantes de la Lista del Pueblo a la Convención, esas figuras variopintas surgidas en el fragor octubrista, fue la máxima expresión de la demagogia y el wokismo identitario imperante en ese entonces.

Con la resaca a cuestas, sobre todo después del 4 de septiembre de 2022, varios se tratan de desmarcar de la demagogia mostrada en pleno octubre de 2019. Es tal el nivel camaleónico que ya no hablan de indultar a los vándalos incendiarios. Claro, ahora las encuestas indican que la ciudadanía cree que el estallido fue malo para Chile. Por eso ahora quieren oficiar de políticos serios y responsables, defensores de las instituciones y la honestidad intelectual. Una retórica vacía que sólo busca ajustarse a los deseos del público.

Pero ¿seguirán mostrándose como moderados y razonables aquellos que hoy gobiernan con pose de compostura cuando sean oposición? ¿O simplemente volverán a proclamar la agitación y la discordia?

Ese travestismo cínico sólo es reflejo de que el virus de la demagogia sigue poseyendo a parte importante de las élites, lo que se evidencia en el cabildeo entre políticos, jueces y ciudadanos, ya sea para acumular poder, dinero o salir impunes ante la Justicia cuando salen pillados.

A cinco años del estallido, es claro que el problema nunca fue la Constitución, ni ha sido el modelo económico, sino que eran y son los grupos políticos que han sucumbido a la demagogia. Una clase política que para salvarse a sí misma uso de chivo expiatorio a la constitución, que azuzó la discordia entre los ciudadanos y que se ha sostenido gracias a un sistema electoral que alimenta la mediocridad, el clientelismo y la irresponsabilidad política.

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