Desde muy joven conviví cercanamente con las injusticias sociales. Durante mis primeros años de estudios en la escuela hogar de Tal Tal, donde mi padre era profesor, no pocos alumnos, hijos de pirquineros o pescadores, llegaban descalzos a la sala de clases. La pobreza se vivía con dureza. Era inevitable preguntarse el porqué de tal desigualdad.
El liceo de Ovalle, primero, y la Universidad de Chile, después, se convirtieron en espacios desde los cuales pude sumarme a la reflexión y a la organización en torno a la lucha contra las desigualdades. Allí inicié mi vínculo con los jóvenes socialistas. A la vez que denunciábamos las injusticias que ocurrían en el país, admirábamos los procesos que detonaban en otras latitudes. Soñábamos con cambiar el mundo para mejor.
La revolución cubana nos encandilaba. El rechazo del mundo desarrollado a la guerra de Vietnam nos convocaba y mayo del 68 en París nos entusiasmó por su imaginación. Mientras, en casa, la lucha por la Reforma universitaria nos movilizó para lograr una transformación imprescindible.
Luego, como le sucedió a muchos, la dictadura me persiguió y me castigó por pensar distinto al poder cívico militar que imperó por años en Chile con mano dura e intolerante.
Este breve relato sirve para justificar mi respuesta al título de este artículo. Me siento con legitimidad vital, ideológica y emocional para preguntar hacia dónde va el socialismo chileno.
La lucha por la igualdad social ante todas las injusticias que se cometían contra los trabajadores está asentada en el origen del PS, a principios de los años 30 del siglo pasado. Ya desde antes, el discurso de la igualdad había cobrado fuerza entre obreros, políticos, gremios, artesanos y también intelectuales. Había por cierto en el origen del PS una nítida inspiración en la filosofía marxista.
Al redactar la declaración de principios del PS, Eugenio González tuvo la lucidez y la perspectiva de futuro requerida para no imbuir tan importante documento con una visión dogmática. Al contrario, era claro al sostener que las ideas políticas se podían enriquecer, rectificar y modificar a partir de los aportes del constante devenir social.
Por eso es que el socialismo pudo renovarse cuando comprendió que, tan importante como la lucha por la igualdad lo era también la lucha por la libertad.
Y si en el siglo pasado la tarea del socialismo apuntaba a la obtención y defensa de derechos elementales para la clase obrera, hoy las ideas y la acción pasan por contribuir a mejorar la calidad de vida no sólo de los trabajadores y los más desposeídos, sino también para las capas medias de la sociedad, garantizando para ello espacios de libertad e igualdad que sólo son posibles en democracia.
La sociedad ha cambiado. El mundo ha cambiado. Las fronteras se han vuelto difusas. Las relaciones comerciales superan ampliamente las barreras ideológicas. Corea del Norte y del Sur se dan la mano en la frontera que los mantuvo separados por casi 70 años. China e India se alzan como las principales potencias económicas.
El socialismo chileno también está cambiando. Y debe seguir haciéndolo. No podemos continuar comulgando con ruedas de carreta ni rindiendo culto a catedrales que duramente se sostienen en pie. Un partido que se sostiene en los pilares de la democracia no puede sino rechazar todas las dictaduras, sean del lado que sean, sencillamente porque atentan contra un principio elemental: la democracia.
Los socialistas debemos ser los principales defensores de la democracia y de todos los componentes que la definen.
La protección de los derechos humanos, el respeto por las decisiones de los ciudadanos en las elecciones de sus mandatarios, la consagración de los derechos sociales de las personas a los bienes que merecen - salud, educación, vivienda y seguridad -, la preocupación por el medio ambiente y la sustentabilidad deben estar en la base del pensamiento y la acción socialista.
Desde luego, entendemos que para que esos bienes sean alcanzados necesitamos una economía capaz de proveerlos.
Por cierto, cuestionamos la eficiencia de la economía de mercado para satisfacer las necesidades de la ciudadanía. Ello no quiere decir que seamos enemigos del crecimiento. Al contrario.
Por eso creemos en las regulaciones, para evitar la tremenda concentración de la riqueza que impide una distribución justa de sus frutos. Apuntamos a que ese crecimiento sea el resultado de pactos público-privados que permitan el desarrollo de emprendimientos, el incremento de la infraestructura y el establecimiento de redes comerciales, garantizando a la vez, sistemas de solidaridad en los diversos campos del bienestar.
El camino futuro de socialismo chileno debe ser la lucha por una democracia de libertades y derechos sociales, que considere el desarrollo sustentable de nuestra sociedad, una economía de la solidaridad y una conciencia del respeto por la naturaleza que nos cobija y nos da el sustento de nuestra vida.
Una sociedad equilibrada asume los beneficios de la economía de mercado, pero a la vez instala los mecanismos de corrección necesarios para que aquellos que no poseen los medios para formar parte de este modelo económico-social, también puedan acceder al desarrollo.
Porque, tal como lo señalaba hace algunos días el ex Presidente Ricardo Lagos, “como ciudadanos somos todos iguales, mientras que en el mercado algunos son más importantes que otros”. Y el socialismo chileno no ha perdido nunca de vista esa sutil pero determinante diferencia.
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