Intolerancias irresponsables

El diálogo entre los partidos de gobierno y de la derecha, por invitación de los presidentes de ambas Cámaras del Congreso Nacional, indica qué hay personeros gravitantes de la oposición que comparten la necesidad de reponer acuerdos que fortalezcan la estabilidad institucional avanzando hacia una nueva Constitución, nacida en democracia.

Pero, también es notorio que hay extremistas en la derecha, cuya exacerbada retórica confrontacional indica que no les preocupa la gobernabilidad democrática o la legitimidad de las instituciones que la sustentan, como sucedió la semana recién pasada cuando un senador de ultraderecha hizo ingresar a un conocido violentista a las dependencias, en Santiago, del Congreso Nacional.

Sin embargo, resulta preocupante que las intolerancias irresponsables no radiquen solo en la ultraderecha, cuya manipulación de los hechos provoca siempre una severa distorsión de la realidad, también ha pasado a ser habitual la retórica descalificadora en sectores que se consideran de centro, incluso "progresistas", que ganan espacio mediático descalificando al Presidente Boric y al gobierno como si ello no tuviera ningún impacto ni efecto en la marcha de la nación.

Muchos hablan de compromiso democrático, pero se desentienden de la responsabilidad política que ello implica. Esa displicencia, incluso desapego, con las perspectivas a largo plazo del régimen democrático no puede seguir, es inaceptable, no se debe actuar con indiferencia ante el discurso intolerante que socava, día a día, el clima político que se requiere para la gobernabilidad democrática.

También surgió un grupo ultra radicalizado "a la izquierda" del gobierno que no haya nada bueno y el esfuerzo que hace el Ejecutivo para abrir paso a su agenda legislativa lo ve como pérfidas concesiones o abandono a posiciones de principios. Exigen reformas pero atacan los esfuerzos políticos para llevarlas a cabo. No hay como darles el gusto. De la reciente y durísima derrota en el plebiscito del 4 de Septiembre no han sacado ninguna lección.

Así, en medio de la dispersión política que afecta al sistema de partidos han ido surgiendo caudillos autoritarios y populistas con ambiciones personales desmesuradas, de seguir sus planteamientos o someterse a sus exigencias, simplemente, el Presidente Boric no podría cumplir con su tarea de conducir el Estado y gobernar el país.

Con tanta retórica se polariza gravemente la situación, sobre todo por vocerías inclinadas hacia la derecha desde el estallido social, que no reparan en la fractura que produce en el arco de fuerzas democráticas un posicionamiento insultante que no mide las consecuencias que provoca la intemperancia en el lenguaje político.

Las diferencias políticas inevitables que se generan en el proceso social del país, bien tratadas y procesadas, pueden ser un ejercicio que enriquezca el pluralismo necesario para evitar el anquilosamiento y el estancamiento de la democracia, pero cuando se desplazan hacia descalificaciones estériles e inconducentes se convierten en nubarrones políticos severamente riesgosos.

Al parecer hay quienes pretenden competir mediáticamente con las distintas intolerancias que impulsan la acción del populismo autoritario, pero ese coqueteo sólo alimenta a la ultraderecha. Las crecientes tensiones entre los demócratas chilenos no deben convertirse en divisiones que se transforman en quiebres irreparables. De esa experiencia ya sufrimos lo suficiente con la entronización y perpetuación de la dictadura de Pinochet.

En el presente las tendencias a la dispersión son muy fuertes en el seno de las fuerzas democráticas. Cada cual quiere imponer su propio camino y si aquel no es el que se decide, entonces intentará crear una organización propia o incluso elegirá como vía correcta, la acción individual que dispersa y anarquiza el escenario político nacional.

La acción política es el arte de sumar fuerzas y de anteponer la tarea colectiva por sobre la opción individual. Es cierto que los tiempos que vivimos incitan al desate de las ambiciones de cada cual, a la ficticia búsqueda del superhéroe aplaudido masivamente y una solución milagrosa a los grandes desafíos.

No obstante, lo que hoy es auténticamente heroico es sumar fuerzas como fecunda contribución a robustecer la gobernabilidad democrática y superar la crisis de representación del sistema político, avanzando en el anhelo de hacer posible la plena dignidad de la persona humana, expresión de la justicia social en un proyecto de nación compartido.

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