La estrategia de un gobierno que fracasa

¿Qué le queda por hacer a un gobierno que ya no pudo cumplir con los objetivos que se propuso? La respuesta es muy sencilla y tiene muchos efectos prácticos: lo que hará es cambiar de objetivos. Reorientar el rumbo hacia metas alcanzables.

Lo que ha perdido la derecha en el año y medio que lleva en el poder es mucho: se presentó como la solución a todos los problemas que la Concertación tenía pendientes, y ya sabe que ha creado más problemas que los que ha podido solucionar. Perdió su aspiración a darle un carácter refundacional a su primera (y tal vez única) administración, patentando la capacidad de innovar como su sello distintivo.

Por el contrario, lo mejor que está dejando la Alianza tiene que ver con la continuidad de lo que había y poco más. Perdió, también, la autoimagen como sector que sabría interpretar mejor al Chile actual, con sus transformaciones.

Los dirigentes oficialistas tienen plena conciencia de estar enfrentando a una mayoría ciudadana que la repudia en sus proyectos más propios y representativos.

Más que nada la derecha ha perdido sus ilusiones. No es mejor, no es más moderna, gobierna con ineptitud y rompe record de desafecto ciudadano y desconfianza pública. Fue mejor oposición de lo que ha sido como gobierno y todo indica que volverá a su lugar de origen.

Frente a todo ello, puede pensarse que la Alianza ha perdido el rumbo y que no sabe hacia dónde dirigirse, en medio de un escenario político que le es completamente adverso. Eso sería un error, porque las dudas han quedado despejadas y la derecha sabe muy bien lo que quiere y lo que debe hacer para lograrlo.

El proyecto de país de la derecha ha fracasado: ahí están para demostrarlo las mayores y más sostenidas movilizaciones ciudadanas de nuestra historia. Su gobierno es desabrido en lo más y una decepción en las apuestas estratégicas. El presidente es el primero en la lista de los mandatarios de América, solo que mirado de atrás para delante. Ya no hay nada que hacer para enmendar eso.

Pero, precisamente, cuando mueren las ilusiones, el realismo político vuelve por sus fueros. Las quimeras desaparecieron. Estamos en un régimen presidencial en que ha fallado el presidente y la derecha lo sabe, lo ha asimilado y está actuando en consecuencia. Por eso mismo ya sabe qué hacer.

Aunque sea raro de decir, lo que desea la derecha es salir de La Moneda “con lo puesto”, sin haber ganado nada, pero también sin haber perdido nada importante. Con esto quiero decir que el objetivo real del oficialismo es la recuperación del adherente de derecha, es decir, de su voto duro.

La derecha política (y Piñera en particular) tienen descontentos a propios y ajenos, cercanos y lejanos, votantes frecuentes y detractores. Pero volver a reconciliarse con los más cercanos no parece una meta inalcanzable.

Todo lo contrario. La cifra que más se repite, y que parece aunar voluntades en el oficialismo, es recuperar el 35% de la opinión pública. Tradicionalmente la derecha no es menos que ese porcentaje en ningún momento, salvo en el que nos encontramos.

Pero girar hacia la recuperación del voto propio, pero resentido por tanta muestra de ineptitud gubernamental, tiene muchas implicancias, y la más significativa es el endurecimiento de posiciones.

El razonamiento autocrítico en la Alianza es fácilmente entendible: si no nos apoyan en nuestro propio sector es porque no nos reconocen en las políticas que implementamos.

Hay que asegurar el orden, la disciplina, demostrar autoridad. Al mismo tiempo que se entregan más beneficios sociales.

Es simple, es básico, es comprensible y no requiere imaginación. Los saca del marasmo en el que han estado. Por eso creo que seguirán este camino.

Por eso estimo también que las principales reformas que el país necesita no serán aprobadas. No hay voluntad, no hay suficiente fuerza política para llegar a un acuerdo.

Este no es un juicio sobre la sinceridad de quienes en el gobierno están interesados en un diálogo que saben necesario para el país; es un juicio sobre el espacio político disponible para los acuerdos, que es cada vez menor.

Es de mínima objetividad pensar que cuando en la derecha sus partidos están luchando por mantener sus posiciones básicas de poder (ante la esperable pérdida del gobierno), es una ilusión pensar que van a aceptar cambiar las reglas del juego que les asegura la mitad del parlamento.

Con esto es mucho lo que Chile pierde. Los grandes temas no se enfrentan sino que se postergarán. Los conflictos se agudizan, la legitimidad del sistema se debilita. Una solución de fondo en educación seguirá a la espera, lo mismo que las reformas políticas, la reforma tributaria, la descentralización, una puesta al día de la protección medioambiental, etc.

Pero no hay alternativa. La derecha no puede dar lo que no tiene. Un gobierno representativo, con proyectos sólidos y decantados, que busque encauzar las demandas mayoritarias, podría avanzar en las respuestas que Chile necesita.

La Alianza no es eso. Lo que tenemos es un gobierno minoritario, con rechazo ciudadano consolidado, sin proyectos que ofrecer ni tiempo para ejecutarlos, dedicado a salvar los enseres de los partidos que le dan sustento. Lo que observamos es la estrategia de un gobierno que fracasa.

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