La euforia duró poco

La derrota de Javier Milei y la ultraderecha en las elecciones realizadas en la provincia de Buenos Aires, el pasado 7 de septiembre, han frenado la euforia autoritaria y arrogante con que el grupo La libertad avanza venía presentándose ante Argentina y el mundo. Este fracaso electoral tiene varias causas, pero se pueden encontrar en el desmantelamiento de derechos sociales y condiciones laborales provenientes del peronismo y que posibilitaron, durante décadas, una vida tolerable a gran parte de la población, así como, su penosa asociación a la misma corrupción que prometieron, ruidosamente, eliminar con resolución.

No cabe duda que es una derrota política y social del extremismo neoliberal de amplias repercusiones, más allá de lo coyuntural, es un duro golpe al mesianismo y la soberbia con que Milei pretendió instalarse como líder continental de las fuerzas ultraconservadoras. Es decir, Kast ya no tiene a quien rendir culto como hizo hasta hace pocos días atrás.

En medio del deterioro del sistema tradicional de partidos políticos y del desencanto de la ciudadanía con el orden social y económico, hubo grupos de ultraderecha que crecieron con sorpresiva rapidez, ese "éxito" alimentó en sus líderes una conducta narcisista y arrogante que se estrella ahora con la realidad que desmiente sus predicciones fantasiosas y con su propio comportamiento personal que tiene los defectos y vicios que ayer criticaron y que hoy practican sin pudor.

Ahora bien, lo más relevante es el fenómeno social: los centenares de miles de personas que les votaron a favor y que ahora saltan en los estadios repletos proclamando que no lo volverán a hacer. Así se marca el giro profundo que se ha producido en Argentina. Los que se creen y proclaman infalibles son un enorme peligro para sus pueblos de múltiples formas: generando corrupción, cercenando derechos sociales e implantando medidas autoritarias que impidan la expresión del descontento y del legítimo reclamo ciudadano a su pretensión de permanecer ilimitadamente en el poder.

El mesianismo de Milei y otros, en su retórica desaforada, rindió culto a la existencia de un nuevo Dios, el mercado, al cual apostaron con todo lo que tenían a mano y se equivocaron. Ebrios de euforia jugaron como en un casino y perdieron. No les importó la suerte de millones de personas débiles y desprotegidos y ahora reciben su rechazo.

Sin la participación de los pueblos en la formulación y aprobación de políticas públicas que aseguren el bien común no habrá futuro posible. Los neoliberales se podrán burlar de la justicia social, pero su necesidad continuará siendo un desafío fundamental. Asimismo, respetar la dignidad del pueblo trabajador es una condición de la gobernabilidad, como también el valor del pueblo soberano es el cimiento esencial del Estado democrático.

La gran lección es que los males de la democracia se sanan con más democracia, y no impulsando regímenes de corte autoritario que aumentan los padecimientos de nuestros países. Los que se auto ensalzan, creyéndose dioses, con la pretensión de eternizarse en el poder no merecen más que el desprecio de las grandes mayorías nacionales.

Esta lección es de gran trascendencia, los líderes y lideresas que influyen en el camino que adoptan millones de personas deben actuar con la máxima responsabilidad, como enseño el presidente Allende con "serena firmeza", ante el extremismo oligárquico la izquierda debe constituirse en "la fuerza tranquila" que resguarde con el rigor que corresponde los intereses históricos del pueblo de Chile.

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