La historia es innegable

En la semana del 4 al 11 de septiembre, aunque en distintos años de la misma década, Chile vivió hechos históricos innegables que se incorporaron en la memoria del país sin posibilidad de ser omitidos. El primero, el 4 de septiembre de 1970, llenó a Chile de esperanzas en la justicia social, ese fue el día de la elección presidencial que dio a Salvador Allende la primera mayoría en tales comicios y lo perfilaron como la opción protagónica que, con el respaldo de los partidos de la Unidad Popular y la Democracia Cristiana, contaba con el respaldo necesario para ser consagrado Presidente de Chile en la sesión del Congreso Pleno que, citada para ese efecto, tenía la facultad de dirimir cuál de las dos primeras mayorías se instalaría en la Jefatura del Estado.

El segundo fue el nefasto 11 de septiembre de 1973, fecha en que se materializó el golpe de Estado que derrocó al presidente Allende y derribó el régimen democrático en Chile. Este resultó ser un día en que se descargó una fuerza brutal, implacable, sobre el pueblo chileno estableciéndose grados de violencia política, hasta ese momento, desconocidos en nuestra patria.

Ese día también registró la resistencia al fascismo del presidente Allende y los combatientes que lo acompañaron en La Moneda, así como de miles de personas, especialmente trabajadores, que ansiaban impedir la entronización de la dictadura y no pudieron evitarlo. El 11 de septiembre quedó como una fecha infame en la historia de Chile. El día en que la opresión se impuso.

En el centro de ambos sucesos históricos está la figura de Salvador Allende, militante socialista que desde niño, y de modo especial en sus años de estudiante universitario, fue desarrollando su fisonomía política y social, con tal amplitud y profundidad, que se transformó en el líder del proyecto de transformación institucional más importante realizado en América Latina -la "vía chilena"-, con la inspiración de unir e interrelacionar las dos ideas fundamentales del cambio civilizacional de los últimos tres siglos: la democracia y el socialismo.

Esa condición de luchador social en las filas del estudiantado, estratega político como secretario general del Partido Socialista, y hombre de Estado, en cuanto joven diputado y ministro, lo pusieron a la cabeza del movimiento popular más potente del continente y lo convirtieron en candidato a la Presidencia de la República en 4 ocasiones, desde 1952 hasta 1970. Esa larga trayectoria le permitió madurar su propio proyecto revolucionario, una creación chilena coherente con las condiciones históricas de nuestra patria, un camino que ningún otro pueblo había transitado: avanzar hacia el socialismo en democracia, pluralismo y libertad. En especial, la juventud chilena abrazó ese proyecto formidable por el que Allende entregó su vida.

En 1970, los dos tercios del electorado apoyaron a las candidaturas de la UP y la DC, la izquierda y la centroizquierda, impulsadas por la voluntad de transformaciones estructurales que posibilitaran superar la pobreza, el atraso y las desigualdades. Así, a través de una vía institucional, movilizando las energías más sanas y potentes de la nación chilena y respaldado por ellas, Salvador Allende se convirtió en Presidente de Chile.

Ese sueño chileno y latinoamericano de forjar una sociedad mejor se unió a los anhelos de democracia y justicia social de innumerables pueblos ansiosos de encontrar un camino de dignidad y justicia que fuera el surco fértil de sus aspiraciones tantas veces postergadas. Por eso, por su voluntad de cambio, y luego por su resistencia a la infame conjura desestabilizadora, el presidente Allende emergió como figura universal. Junto a él surgió también la templanza del pueblo chileno y el himno "el pueblo unido..." pasó a ser cantado con emoción por millones de voces en innumerables idiomas en los cinco continentes que se elevaban con la esperanza de frenar los crímenes y el terror de la dictadura.

La ultraderecha niega la criminalidad extrema con que el régimen de Pinochet destruyó las conquistas sociales logradas durante décadas y ahora pretende instalar una confrontación política insensata que impida la formación de una sana memoria histórica. Con el odio intentan borrar la verdad. No lo conseguirán. Los hechos son innegables y la dignidad de los pueblos es irrenunciable. Avanzando en democracia, pluralismo y libertad el pueblo chileno tiene su propio camino.

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