Termina el período presidencial y la oposición lo culmina tal como lo empezó: con amenazas, acusaciones y ataques infundados de todo tipo al Gobierno y a la Presidenta Bachelet.
Esta actitud partió con la reforma tributaria y siguió con la educacional y la laboral.
Se anunciaron cierres masivos de empresas y colegios, pérdidas de puestos de trabajo y falta de oportunidades. La caricatura del país al borde del abismo que la oposición popularizó con ahínco aunque, al cabo de cuatro años, ninguna de sus pesimistas predicciones se convirtió en realidad.
En el camino, atacaron la integridad de la Presidenta, aprovechando la comparecencia de su hijo en un caso judicial. Y si bien hasta el día de hoy él no ha sido formalizado en ninguna de las investigaciones iniciadas, la estrategia logró opacar, a costa de rumores, mentiras y burlas, el apoyo ciudadano que tenía la Jefa de Estado.
Ahora, cuando a la hora del balance la popularidad de Bachelet se encumbra nuevamente en las encuestas, se cuestiona la defensa que hace la Presidenta de la obra de su Gobierno y no se trepida en apelar a la calumnia y el insulto, al punto que las denuncias se han transformado en el tema principal de la campaña del candidato opositor, como si defender lo logrado fuera un delito. Como si el mismo Piñera no lo hubiera hecho en las semanas previas a la elección de 2013.
Se dirá que este tono es propio de las campañas, pero la verdad es que ha sido así durante todo el segundo período de la Presidenta Bachelet. Y no. No es el tono que uno espera de una campaña presidencial.
El “todo vale” que por mucho tiempo han aplicado a los negocios no tiene cabida en la competencia política. Esta lógica, que les ha permitido maximizar ganancias, no ayuda a ganar elecciones. Y cuando lo hace, no permite gobernar con la unidad que los desafíos del país exigen.
Se ha hecho un daño profundo a la honorabilidad de la Presidenta y a la confianza en las instituciones. La primera, estoy seguro, saldrá libre de todos los intentos por mancillarla, pero la segunda costará mucho tiempo reparar.
Nada de esto es gratuito. Nunca en nuestra historia reciente se había visto un ataque tan descalificador hacia un Mandatario electo democráticamente.
Tal irresponsabilidad tiene su explicación en el menosprecio que los propios atacantes tienen de la labor pública. Quieren ganar las elecciones a cualquier costo, pero si las pierden, sencillamente se quedan en sus empresas.
El blanco principal de sus ataques ha sido Michelle Bachelet y ahora, después de la primera vuelta, Alejandro Guillier, dos figuras por sobre todo íntegras y honestas, profesionales de clase media que no han dedicado su vida a los negocios y que no han alcanzado sus posiciones por un discurso cáustico o agresivo, sino que, al revés, han ganado su derecho a ser protagonistas de la vida política nacional por sus propios méritos, por sus historias de vida, por su visión de un país inclusivo, por su actitud serena y por sus palabras cercanas y acogedoras.
En estos días, la derecha nos ha invitado a presenciar un triste espectáculo, que recuerda la desesperación de aquellos empresarios en quiebra, que avizoran la pérdida de su negocio y escapan de la justicia y sus acreedores.
Sólo que esta vez, la quiebra no es económica, sino que moral, y los que dictarán sentencia no son los jueces, sino que la ciudadanía.
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