El discurso y la deliberación que envuelve el medio siglo transcurrido desde el golpe militar en Chile ha provocado un llamado del Presidente Gabriel Boric al conjunto de las fuerzas políticas, para comprometerse formalmente a no permitir justificaciones de golpes militares y violaciones de los derechos humanos. Este llamado resuena en un contexto en el que diversas voces están aumentando en volumen, algunas de las cuales plantean inquietantes justificaciones explícitas.
Algunos han manifestado recientemente que la emergencia de la figura de Pinochet se explicaba en función de la de Salvador Allende. "No hay Pinochet sin Allende", asevera la tesis, intentando proyectar a aquel como una figura reactiva que, junto con otros, asumió una decisión de emergencia.
No obstante, tal aseveración se revela como una ilusión, un recuerdo encubridor de decisiones ya tomadas y asumidas, que los cuatro generales encarnaron. La construcción de esta realidad distorsionada desafía nuestra responsabilidad colectiva de enfrentar la verdad histórica.
A lo largo de la convulsa década de los años '60 y '70, América Latina fue azotada por una sucesión de golpes militares que desvelaron un patrón inquietante: sin importar las variaciones, los contextos y las equivocaciones que acompasaron los procesos de cambio social, se evidenciaba un objetivo común en marcha. Uno que no distinguía fronteras y que se afanaba por desmantelar los cimientos de los gobiernos democráticamente elegidos.
Chile, sumergido en este escenario, no fue una excepción a esta tendencia. Aun antes de que la Unidad Popular asumiera su victoria, una serie de eventos ya habían comenzado a desplegarse, testigos de esta indomable determinación. Un ejemplo doloroso de este preludio es el asesinato, en octubre de 1970, del comandante en Jefe del Ejército, René Schneider. Este brutal suceso no solo representó una pérdida irreparable para el país, sino que también esclareció que los entramados del poder y la ambición se urdían en las sombras mucho antes del desencadenamiento de los acontecimientos.
Los hilos que maniobraban estos golpes militares estaban en manos de sectores reaccionarios, tanto nacionales como internacionales, resueltos a revertir los avances sociales y políticos y su profundización. Sin embargo, la Unidad Popular no estuvo exenta de errores que derivaron en su incapacidad para prevenir la imposición de esta determinación. En su afán por ejecutar una transformación profunda y significativa, no supieron prever ni neutralizar las fuerzas que se levantaban en su contra. Paradójicamente, algunas de sus acciones incluso aceleraron el fatídico desenlace.
Resulta esencial subrayar que, más allá de los fallos y las circunstancias específicas de cada país, la determinación de derribar gobiernos legítimos y democráticos ya estaba profundamente arraigada en la región y el país. Este hecho establece un precedente sombrío y alarmante en la historia de América Latina, donde la voluntad popular fue minada por oscuros y poderosos intereses.
En retrospectiva, estos golpes militares no solo dejaron cicatrices en la memoria colectiva de los países afectados, sino que también hicieron patente la necesidad de preservar la democracia con los procesos de cambio social. El combate por la justicia, la igualdad y la democracia debe prevalecer, aprendiendo de las lecciones del pasado para edificar un futuro más robusto y resistente ante los embates antidemocráticos.
Solo a través del fortalecimiento de instituciones sólidas, el respeto por los derechos humanos y el fomento de un diálogo constructivo podremos erigir una sociedad donde las decisiones y los cambios de poder sean reflejo de la voluntad de la ciudadanía, y no del ejercicio de la fuerza o imposiciones arbitrarias.
Los retos que enfrentamos son aún enormes. La necesidad de una democracia genuinamente participativa, y de instituciones robustas que prevengan cualquier intento de subversión del orden democrático, es un compromiso pendiente en muchos de nuestros países. El recuerdo de aquellos golpes militares, lejos de ser un mero episodio histórico, debe convertirse en un constante recordatorio de la importancia del compromiso que el Presidente ha convocado.
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