Una sensación de falta de control generalizada sacude hoy al país. Y aunque a estas alturas no sabemos quién está más descontrolado - si Carabineros o el Ejército - hay algo que está muy claro, cada uno cree que se manda solo y que no le debe explicaciones a nadie.
Probablemente las fuerzas políticas de centro izquierda somos en parte responsables que dichas instituciones se sientan en total libertad para borrar evidencia, inculpar a inocentes y vaciar la caja, sin que ello redunde en sanciones para los responsables reales de esta cultura del desenfreno.
¿Por qué suceden estas cosas? porque cuando recuperamos la democracia nos concentramos en recuperar libertades y en sacar el país adelante, pero relegamos a un segundo plano el hecho que las ramas castrenses operaron con total autonomía durante los 17 años que duró la dictadura. Al no haber realizado correcciones de fondo desde un comienzo, esta forma de actuar ha perdurado hasta hoy.
Sin embargo, y a pesar de todas las razones que puedan explicar tal comportamiento, cabe preguntarse ¿quién le dio la autoridad suficiente al comandante en jefe del Ejército para que éste se sintiera con la libertad de no informar a la autoridad civil de lo que estaba ocurriendo al interior de sus filas?
¿Quién le dijo a Carabineros que sus efectivos podían decidir si grababan o no un operativo que terminó con la muerte de una persona? ¿O que estaban autorizados para llevarse las cámaras a sus casas y registrar videos íntimos y que, ante el riesgo de ser descubiertos, tenían la libertad de destruir el material?
Peor aún, ¿de dónde sacan Carabineros y el Ejército la autoridad para entregar explicaciones insuficientes - si es que no francamente ridículas - sobre su proceder?
Nada de eso tiene una explicación plausible de aceptar.
A este contexto dominado por la cultura del descontrol hay que sumar también la cultura del No diálogo.
Los últimos acontecimientos nos muestran que para el Gobierno todos los conflictos sociales se resuelven con las fuerzas especiales en las calles; es decir, la orden es “ir al choque”.
Así lo hemos visto en el conflicto de la Araucanía, desde hace algún tiempo con los estudiantes, y esta semana con los pescadores artesanales que se tomaron la carretera en el sur del país y que fueron dispersados por más fuerzas especiales de Carabineros.
Quizá el gobierno hizo propios los resultados de la Encuesta Nacional Bicentenario 2018 que arrojó que el 85% de la población está de acuerdo con perder algo de libertad para que “existan cámaras de vigilancia en lugares públicos”.
El estudio Latinobarómetro del año pasado también daba cuenta de la tendencia a sacrificar espacios de libertad democrática a cambio de cierta “tranquilidad”. Ese es, precisamente, un caldo de cultivo óptimo para el auge de la militarización de la seguridad pública y la instalación de la represión como forma de contención de los conflictos.
La violencia y la represión que hemos presenciado durante el último tiempo son expresiones visibles de la política impulsada por el gobierno para dar respuesta a una de las necesidades que el propio discurso de la derecha ha contribuido a crear, el de la falta de seguridad.
Me preocupa que en Chile se esté instalando la cultura del autoritarismo, y aunque estoy claro que en el mundo eso ya se ha convertido en una tendencia, confío que en nuestro país seremos capaces de evitar tal fenómeno.
El gobierno se equivoca si piensa que priorizar la represión por sobre el diálogo es una estrategia efectiva para combatir los delitos, resolver los conflictos sociales y para entregar seguridad y paz a la ciudadanía. Menos ahora, que las Fuerzas Armadas y de Orden están en evidente cuestionamiento.
Hacen falta intervenciones más profundas, que atiendan también a las condiciones socioculturales en las cuales se genera y desarrollan estos problemas. La lucha contra la inseguridad debe tener como punto de partida la lucha contra la desigualdad. Lo demás es populismo.
Soy de esa generación que nació en plena libertad y que supo de los horrores de la dictadura que nos quitó todo. Pese a todo, confío en que las nuevas generaciones seguirán trabajando por ganar nuevas libertades y no van a sucumbir al llamado de esa derecha ultraconservadora.
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