Política histérica

Jorge Gómez Arismendi
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Dicen que el historiador francés Marc Bloch, miembro de la resistencia francesa a los 58 años, momentos antes de ser fusilado le dijo a un joven que lloraba junto a él: "Nos van a fusilar, no tengas miedo, no nos harán sufrir...Esto acabará rápido". La templanza de Bloch momentos antes de morir parece cinematográfica, pero refleja bien su temple como líder y ciudadano dispuesto a morir por defender la libertad en todos sus sentidos.

¿Tenemos líderes con esa templanza hoy día como la que crudamente evidenció March Bloch? Claramente no. El histérico es el líder de los tiempos actuales. Sólo basta pensar en quienes se llevan todas las portadas y el interés de la prensa. Pero, por qué es el histérico el líder de nuestros tiempos. Por qué los ciudadanos se dejan llevar por espíritus arrebatados.

Si miramos alrededor, estamos rodeados de discursos que nos alarman del cambio climático, la agenda 2030, el "machismo opresor patriarcal", "el feminismo nazi", el auge de la "ultra derecha nazi", el islamismo radical que se come a Occidente y un largo etc. Es decir, predominan discursos exasperados. El auge de unos se explica por auge de los otros. Los extremismos se retroalimentan.

Bajo ese escenario, sea cual sea la posición política de un ciudadano común y corriente, la sensación es de total desaliento. Sobre todo porque las advertencias histéricas se traducen en un gran número de soluciones en extremo absurdas o difíciles de cumplir. Aunque algunas intentan responder a temas de gran envergadura, resultan en extremo cortoplacistas, abiertamente fantásticas o incluso peligrosas.

El escenario anterior exacerba, cada tanto, la histeria social y se traduce en un creciente desdén respecto de la prudencia política. No es raro que la política deambule entre el cortoplacismo y la histeria apocalíptica, porque ambos aspectos se retroalimentan. Impera un presentismo histérico y demagógico.

El auge de los histéricos también refleja la profunda crisis de liderazgo producida por una crisis de la educación. La crisis espiritual es a nivel de las élites como las que hoy gobiernan Chile. Quizás sería bueno tomar en cuenta lo que advertía Bloch al analizar la derrota francesa: "Formamos a jefes de empresa que, pese a ser buenos técnicos, no conocen realmente los problemas humanos; a políticos que ignoran el mundo; a administradores que aborrecen las novedades".

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