¿Por qué el voto debe ser obligatorio?

Lo ocurrido hace unos días en la Cámara de Diputados/as es una buena noticia para nuestra democracia. A menos de 50 días de la elección parlamentaria y de la primera vuelta presidencial, se aprobó por una amplia mayoría la multa a los electores que no concurran a sufragar. En simple, se hace efectivo el carácter obligatorio del voto para los ciudadanos chilenos en los términos establecidos en la Constitución Política.

Más allá de la coyuntura, la discusión de fondo sobre la modalidad del sufragio toca aspectos centrales para cualquier democracia como la igualdad política, la legitimidad y la estabilidad del sistema electoral y las reglas del juego. Aquí se cruza la tensión entre la libertad individual y la obligación (o responsabilidad) de la participación electoral. Mientras algunos ven en la obligatoriedad una limitación de la libertad, otros la entienden como un instrumento indispensable para asegurar una participación amplia y una representación más justa de la ciudadanía.

Entonces, la pregunta clave es: ¿Por qué el voto debe ser obligatorio? La respuesta no es baladí. Por ello, el estudio de la política ofrece argumentos sólidos. A partir de la mirada de connotados intelectuales, aquí van cinco razones de por qué la democracia se fortalece con el voto obligatorio.

Primero, el voto obligatorio favorece la participación ciudadana, lo que constituye un indicador fundamental de la calidad de la democracia. Al respecto, el politólogo Arend Lijphart, expresó que "las democracias con baja participación tienden a reflejar las preferencias de una minoría, lo cual distorsiona la representación".

Segundo, el voto obligatorio reafirma la legitimidad democrática. El politólogo norteamericano, Robert Dahl, lo resumía así: "Para que un gobierno sea considerado democrático, todos los miembros adultos deben tener oportunidades iguales y efectivas de influir en las decisiones colectivas". Por esta razón se sostiene que el voto obligatorio actúa como un mecanismo institucional que asegura la inclusión y fortalece la legitimidad de los gobiernos electos.

Tercero, el voto obligatorio reduce las desigualdades en la representación porque acota los sesgos socioeconómicos de los electores. La literatura empírica ha demostrado que, en contextos de voto voluntario, los que más participan suelen ser personas de mayores ingresos y nivel educativo. En cambio, la obligatoriedad del voto empareja la cancha al disminuir las brechas de clase y de género, dado que obliga a todos los segmentos de la población a expresar su preferencia política. Es decir, según la politóloga inglesa Pippa Norris: "Los incentivos institucionales como el voto obligatorio contribuyen a mitigar la desigualdad participativa, reduciendo las distorsiones en la representación". En esta misma dirección, Lijphart califica al voto obligatorio como un instrumento de "igualdad democrática", puesto que "la falta de participación de los ciudadanos con menos recursos genera un sesgo sistemático en la representación y, en consecuencia, en la formulación de políticas".

Cuarto, el voto obligatorio contribuye a la estabilidad política. La participación amplia del electorado reduce el riesgo de polarización. Esto porque los líderes políticos no solo le tienen que hablar a un sector específico, sino que, a un espectro amplio de la sociedad, incluyendo a sectores moderados o desinteresados en la política. El politólogo italiano Giovanni Sartori lo explicaba de esta forma: "Un electorado inclusivo tiende a favorecer partidos de centro y plataformas moderadas, evitando la captura del sistema por fuerzas extremistas". Por el contrario, en países con voto voluntario, los partidos suelen concentrar sus campañas en movilizar a los electores más afines, activos y politizados.

Quinto, el voto obligatorio promueve la cultura cívica y prodemocrática. La democracia requiere de instituciones y también de una cultura cívica que legitime y sostenga el régimen. Como lo explicaba bien Robert Dahl, "la participación política no es únicamente un derecho, sino también una práctica que fortalece la pertenencia ciudadana".

En conclusión, en tiempos en que la democracia enfrenta tensiones y riesgos de regresión autoritaria, el voto obligatorio es un muro de contención. Y ante la amenaza de populismos de distinto cuño, es una vacuna contra la apatía y la desafección política que tanto daño hacen a las democracias. El voto obligatorio asegura inclusión, fortalece la legitimidad política y cristaliza esa vieja idea que el poder le pertenece al "demos" y que, por lo tanto, siempre debe responder a la voluntad ciudadana.

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