Que el odio no se apodere de la política

Desde el 30 de septiembre de 1973, y hasta fines de octubre, por orden de Pinochet, bajo el mando del general Sergio Arellano Stark en condición de "delegado del comandante en jefe del Ejército de Chile", un feroz grupo de oficiales recorrió el país procediendo a masacrar a 97 presos políticos apresados en los diferentes centros de reclusión y tortura generados tras la salvaje persecución de la dictadura a los partidarios del derrocado Presidente Salvador Allende.

El recorrido para realizar este atroz asesinato masivo fue llamado la "Caravana de la Muerte". Su furia criminal representó todo el horror que se iba a descargar sobre la izquierda chilena por el Estado terrorista, instalado inmediatamente después del golpe castrense, que derribó el régimen democrático que venía siendo fortalecido y ampliado a lo largo ya de varias décadas.

El socialismo chileno sufrió muy duramente el desenfreno del terrorismo de Estado, en especial, los jóvenes socialistas fueron víctimas de esa implacable decisión de masacrar a quienes habían acompañado al Presidente Allende en su esfuerzo de crear un nuevo modelo de socialismo: "en democracia, pluralismo y libertad".

En estos días, 49 años después, en las ciudades y localidades en que se ejecutó este horror hubo homenajes recordatorios de las víctimas, miles de voces se sumaron y unieron, una vez más, demandando justicia y comprometiéndose a mantener viva la memoria histórica para que estas terribles acciones criminales nunca se repitan.

Hay que impedir que el odio se apodere de la política, si así ocurre el fascismo reaparecerá con su rostro siniestro, su cínica conducta agresiva y la manipulación de los anhelos del mundo popular para orquestar el desgobierno y la inestabilidad institucional.

La conjura golpista fue un detallado plan de enervamiento de la situación nacional hasta hacer imposible una salida política, en ese plan el fascismo jugó un rol decisivo, generó la desestabilización de la democracia recurriendo a las más ruines acciones subversivas, cómo el asesinato del edecán naval del Presidente Allende, Arturo Araya Peters; y también incluyó el alzamiento militar del 29 de junio de 1973, así como una siniestra campaña de deterioro y desprestigio del gobierno popular que justificara la cruenta intromisión castrense en la política contingente.

El pseudogrupo nacionalista Patria y Libertad, el auto denominado Comando Rolando Matus, entre otros grupos de violentistas de ultraderecha, se enfrentaban a Carabineros y atacaban las marchas y manifestaciones de apoyo al Presidente Allende, en especial en el centro de Santiago creaban una situación de desorden que socavaba, día a día, la autoridad gubernamental e iba horadando la estabilidad democrática. Así también, el voluntarismo de ultraizquierda en nada colaboró a recuperar la gobernabilidad saboteada por el plan desestabilizador. Hoy se sabe, por una investigación del Senado de EE.UU., que la Central de Inteligencia (CIA) jugó un rol decisivo en el financiamiento y organización de la conjura golpista, pero la responsabilidad política de las fuerzas golpistas internas fue fundamental.

En el presente es preocupante que la ultraderecha, a través de comentaristas "independientes" hablen de inhabilitar al jefe de Estado, no lo dicen, pero pretenden el autoritarismo como solución al gran desafío planteado ante Chile. Esa ruta sólo traerá quebrantos y altísimo costo social. Ante ello, apoyar al Presidente Boric adquiere una importante esencial. Los que usan el "fuego amigo" para menoscabar el gobierno no se dan cuenta el inmenso favor que le hacen al populismo autoritario.

El auténtico reto es reponer sólidamente la estabilidad institucional que el estallido social del 18 de octubre del 2019 afecto severamente y cuya solución quedó pendiente con el Rechazo al texto propuesto por la Convención Constitucional. El camino es un acuerdo político nacional que posibilite retomar el proceso constituyente y avanzar hacia una nueva Constitución, nacida en democracia, redactada por un órgano legitimado por la elección democrática de sus miembros.

Los males de la democracia se curan con más democracia y no asumiendo una opción de excluyente e inviable populismo autoritario. Por eso, la responsabilidad de las fuerzas políticas democráticas es decisiva. Chile espera que estén a la altura histórica que corresponde.

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