René Saffirio o la soledad reconocida

En medio de un convulsionado escenario político, cuando nada parece solido ni destinado a perdurar, cuando el prestigio de las instituciones y en particular de los partidos está en su peor momento, este es el momento en que el diputado René Saffirio decide abandonar la Democracia Cristiana. Este es un buen momento para evaluar el significado de esta decisión individual que, sin embargo, es sintomática de la etapa política decisiva en la que nos toca vivir.

Antes que nada, y pasada la sorpresa inicial, lo que sus camaradas primero y el conjunto de los actores políticos se preguntarán es si esta decisión no será el inicio del fraccionamiento del PDC, camino que parece estar tentando a un socio de coalición, como es el caso del PPD. Y si estos casos se sumaran y repitieran en el futuro próximo ¿no será esta la coyuntura en que las organizaciones partidarias más representativas del escenario público reconozcan un desfonde asumido y reconocido?

Lo que pretendo decir en estas líneas es que la renuncia del diputado Saffirio se comprende mejor como un acto representativo de lo que va a permitir y aun propiciar las nuevas reglas del juego que empiezan a operar desde ahora. Además se hace necesario evaluar el impacto que este tipo de actos tendrán en los partidos políticos, porque estimamos que no es sino uno de los variados gestos que presenciaremos en los días siguientes.

Hay decir que Saffirio es un político poco amigo de la actuaciones en equipo, que se va de su partido porque ahora se puede. Quiero decir que a partir de ahora un parlamentario que quiera seguir en actividad, y aun pasar de una cámara a la otra puede hacerlo sin necesidad de contar ni con un conglomerado ni con el apoyo de una tienda política.

En el sistema binominal que acabamos de abandonar, el destino de los disidentes y de los disconformes era bien aciago. Podía tener una votación significativa y, sin embargo, salir derrotado enfrentándose a coaliciones que, con menores votos individuales pero que se sumaban entre sí, lo dejaban fuera del parlamento. A uno le podía caer mal su partido, la coalición a la que pertenecía, la mandataria a la que apoyaba y, con todo, salir de una gran coalición era morir políticamente.

Ahora la situación es claramente distinta y hasta opuesta. Si un parlamentario tiene un porcentaje de votos digamos de un 15 por ciento, entonces saldrá electo ya sea que se presente dentro de un conglomerado, en representación de un partido o, simplemente, por su propia cuenta. Los más interesados en este tipo de cosas ya se han dado perfecta cuenta de este hecho y han empezado a operar en consecuencia.

No es casual que haya sido un experto electoral como Pepe Auth el primero, en tomar sus cosas y decir adiós a su tienda política; algo en realidad bien metafórico porque se sienta donde mismo, actúa como siempre y opina como antes. Exactamente lo que seguirá haciendo Saffirio desde ahora.

Llamo la atención sobre este aspecto, porque no son muchos los que se han dado cuenta (más allá de un conocimiento intelectual) de que lo que ocurre con las personas, será exactamente lo que ocurrirá con los partidos en relación a sus coaliciones.

La tremenda inercia del sistema que acabamos de adoptar hará que los partidos no tengan que presentarse naturalmente juntos, en las mismas listas, en las elecciones parlamentarias.

Es más, será mucho más cómodo que se orienten a hacerlo por separado porque no tienen que negociar cupos restringidos, ni tienen que lamentar el verse permanentemente omitidos en una gran cantidad de distritos, por la simple razón de que hay que hacerle espacio a una gran cantidad de socios. Lo que antes fue una fatalidad, será visto desde el presente como un hacinamiento y un agobio injustificados.

Es más, y a nivel de la competencia presidencial ocurrirá otro tanto. El sistema electoral que se estrenará pronto hace inevitable terminar el camino unidos, pero no necesariamente partir unidos. Los incentivos se han puesto mucho más en llegar a primera vuelta que en converger en un candidato único desde el inicio. Siempre se pensará que, teniendo más tiempo para competir, habrá más posibilidades de proyectar figuras presidenciales, lo que es más difícil si se inicia la competencia en una primaria que premiará al previamente más conocido y reconocido.

Hemos luchado con éxito para cambiar un sistema como el binominal que llegó a convertirse en una camisa de fuerza que casi predeterminaba resultados en muchos distritos y circunscripciones. En horabuena. Lo hemos logrado. Pero sería un desatino mayor el cambiar las reglas del juego y no haber previsto como es que iban a operar y qué efectos tendrían respecto de los mismos que levantaban alegremente las manos dando su consentimiento.

Esto de prever lo que ocurrirá resulta ser sinónimo de la responsabilidad política. No solo el sistema electoral ha cambiado, También se han alterado las normas para inscribir partidos (ahora es más fácil), posibilitar expresiones regionales (al extremo de que ahora es más difícil mantener partidos nacionales), tenemos garantizado con fondos públicos partidos y candidaturas (por lo que las barreras de entrada han disminuido mucho para competir).

En otras palabras, de una gran cantidad de formas hemos incentivado la dispersión, la fragmentación y las expresiones particulares e individuales. Es el esquema de la diversidad garantizada, pero de la confluencia puesta en riesgo. Con ello ganamos en pluralidad y variedad de la representación, pero lo que no está para nada incentivado es la gobernabilidad del sistema democrático. Algo a lo que hay que atender.

¿Qué significa el gesto de Saffirio más allá de lo anecdótico? Significa un sinceramiento y un desafío. Un sinceramiento, porque se trata de un diputado que ha navegado en solitario desde siempre: su bancada podía decidir una cosa y todos sabían que las decisiones tomadas por mayoría exceptuaban casi siempre a este diputado. Ya se sabe lo que opina de Bachelet y de su gobierno. En otras palabras, sale oficialmente de la órbita del PDC el que más problemas tenía con el trabajo colectivo. Es eso, nada menos que eso y nada más que eso.

Lo que no significa es que el partido inicie una etapa de zozobra colectiva. El PDC es un partido al que le renuncia su presidente en Junta Nacional y en tres horas supera la crisis, repone la conducción legitimada, renueva su imagen y se compromete en la despedida de Patricio Aylwin a retomar sus mejores valores y comportamientos. Lo que significa sí, es que no podrá comportarse medio bien, renovarse a medias y cumplir en cómodas cuotas mensuales. La Falange puede ser moderada en todo, excepto en su capacidad de renovación.

Los tibios no sobrevivirán a estos tiempos de liderazgos templados. No se enfrenta a medias una tormenta, porque la alternativa que queda es llegar a puerto o hundirse. La DC sobrevivirá porque tiene fondo, porque tiene historia, porque puede apelar a algo más que las ambiciones personales y a la unión de intereses con la finalidad de repartir ganancias, y, sobre todo, porque quiere sobrevivir.

El camino escogido por René Saffirio es legítimo, no hay que cerrar la posibilidad del reencuentro, la militancia es un punto de mayor aproximación en política, pero hay que acostumbrarse a muchos grados y muchas formas de aproximarse. Lo que no se puede hacer es seguir a Saffirio, al fin y al cabo, los solitarios marchan de a uno.

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