¿Qué es ser socialista hoy? La pregunta no es sencilla de responder ni siquiera para los militantes del PS. Más complejo todavía es para quienes no tienen más que nociones de lo que significa el socialismo en el siglo 21.
No se trata de un problema reciente. Con la idea de establecer pactos políticos duraderos y sólidos, que garantizaran gobernabilidad para Chile desde la transición a la democracia en adelante, el PS fue dejando sus cuestiones identitarias en un segundo plano para dar mayor relevancia a la consolidación de los acuerdos de largo plazo.
Ese propósito fue logrado y prueba de ello es que esos acuerdos exitosos han ofrecido al país cinco de seis gobiernos entre 1990 y 2017. Buenos gobiernos que impulsaron cambios profundos en la economía, en la protección social y también en la política.
Sin embargo, lo que fue positivo para el colectivo, no lo fue tanto para el partido en particular.
La identidad del PS se fue desdibujando a un punto tal que hoy la ciudadanía no hace mayores distinciones entre socialistas, comunistas, radicales o pepedés. Toda la izquierda cabe en un mismo saco, sin matices. Tal liviandad tiene su base en diversas razones, desde la tosca simplificación que ofrecen los medios hasta la brutal caricatura que hace la derecha acerca de una izquierda floja, enemiga del emprendimiento y parasitaria del Estado.
Por cierto, hay una cuota relevante de responsabilidad dentro del propio partido que no supo proyectar de manera más eficiente la identidad socialista.
Hoy, y producto también de los cambios que ha vivido la sociedad chilena, enfrentamos un escenario nuevo. La derrota de la Nueva Mayoría en las últimas elecciones presidenciales y el consecuente retorno de la derecha al gobierno, sumada a las diferencias de pensamiento dentro del pacto oficialista, imponen la necesidad de planificar una nueva forma enfrentar el quehacer político.
Resulta demasiado simplista asumir que los problemas de la centroizquierda se limitan a las diferencias de ideas entre comunistas y demócrata-cristianos. El problema es más serio y tiene que ver con la necesidad de establecer claridad respecto de las ideas, principios y posiciones de cada partido político.
Es hora de reordenar nuestras relaciones políticas. Y para ello es imprescindible sincerar posiciones. De otra forma no es posible avanzar.
En este contexto, resulta apresurada la idea de establecer acuerdos y pactos sobre bases muy endebles entre las fuerzas políticas derrotadas, haciendo un dibujo irreal que vaya desde el PC y los otros partidos de la NM hasta la DC y pasando por el FA.
En el próximo tiempo, el PS debe orientar sus esfuerzos a rescatar la esencia de su naturaleza, como una organización que cree en el socialismo democrático, que lucha por la libertad frente a cualquier opresión y que trabaja para superar las desigualdades humanas y sociales que pueden ocurrir en todo tipo de sistemas y regímenes.
En el PS hacemos frente a la desigualdad con medios democráticos. Creemos en el crecimiento económico y en la idea de alentar las potencialidades de personas. Buscamos impulsar políticas de desarrollo basadas en la innovación y en el conocimiento, cuyo objetivo sea la diversificación de la matriz productiva.
Confiamos en la inversión pública y en la asociación público-privada como instrumento de reactivación económica. Aspiramos a una sociedad más justa, con equidad y garantías para todos en el acceso a buena salud y educación, con un trabajo digno, remuneraciones decentes y jubilaciones apropiadas.
Los socialistas hoy tenemos que ocuparnos de revitalizar la identidad de nuestro partido, honrando nuestra historia, respetando nuestros principios y alentando nuevas ideas y liderazgos.
La centroizquierda se fortalece en tanto los partidos que la forman se hacen también más fuertes. El PS ha jugado un rol importante en esta construcción política y debe seguir siendo una piedra basal en los acuerdos de futuro, pero sin sacrificar por ello su esencia y su identidad.
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