La exitosa unificación del Frente Amplio, con 81% de aprobación, no es extraña a su historia y en la coyuntura que se da, pues la coalición atraviesa dos años de su primer gobierno, cuestionada por su capacidad de acción y próxima a enfrentar un año electoral aún sin acuerdo en los partidos oficialistas.
La historia del Frente Amplio está enquistada, desde aquel momento cero de noviembre de 2017 hasta hoy, en la disputa electoral y que, pese a nuestro corto andar, es la coalición a cargo de la administración del gobierno y mantiene presencia en municipios a lo largo de todo el país.
En este escenario, la votación dejó en evidencia el desarrollo desigual y en algunos casos decreciente de sus partidos. Revolución Democrática (RD) -que fue el partido ancla del FA- hoy está debilitado y golpeado por acusaciones de corrupción: sólo el 7% de los inscritos en su padrón asistieron a votar; Comunes ni siquiera participó, al encontrarse en proceso de disolución tras solicitud de Servel; Plataforma Socialista no está constituido como partido, y en el caso de Convergencia Social (CS) -que a pesar de haber movilizado a más militantes a las urnas- tres cuartas partes de su padrón no participaron. A pesar de esto, el Frente Amplio será la colectividad con más inscritos en el país, alcanzando 62 mil adherentes, sólo incorporando hoy la militancia fusionada de RD y CS.
Es evidente que, en el actual sistema, afiliarse no es expresión de comenzar a participar activamente en un partido político, sino más bien una muestra de apoyo a un anhelo, relato y/o reconocer una épica en quienes emprenden esta tarea. De las 62 mil personas que adhirieron a los partidos políticos que conforman el Frente Amplio, sólo el 16% participó del proceso: ¿aquella épica se habrá desvanecido, agotado o no se les ha convocado más allá de una elección?
La inserción en los movimientos sociales, principalmente el movimiento estudiantil, fue el sustento de su nacimiento, fue la épica de las y los nuevos dirigentes que querían terminar con el lucro en la educación, que sin embargo se fue escurriendo para volcarse a la administración del aparato institucional y que, a pesar de hacer un guiño a la ciudadanía, no logra superar su actual lugar en la sociedad, y, por ende, su natural reproducción entre elites que administran el Estado.
El Frente Amplio no ha logrado, o no ha decidido definir su interés principal, generar inserción en la sociedad con las amplias mayorías excluidas de la política tradicional. Su vocación de disputa electoral ha estado por sobre la construcción de sujeto y fuerza social que hoy empuje el gobierno. Por lo que, a pesar de reconocer y levantar banderas de profundizar la democracia, sus liderazgos siguen respondiendo a un sector particular de la sociedad y no aquel que intenta interpelar en el anhelo de las transformaciones.
Hoy el conglomerado está de lleno habitando la política tradicional, y frente a una oposición que no ha resuelto las lógicas de las trincheras e incluso sectores que han decidido "apretar al gobierno hasta hacerlo gritar" -como lo expresó Carlos Larraín y que se ejemplifica en la renuncia del exministro Giorgio Jackson-, dejando al Gobierno sin capacidad de maniobra, cediendo frente a la derecha y obstaculizando el cumpliendo del programa de este.
Así, el conglomerado que hoy se proyecta como partido debe resolver, más allá de la coyuntura particular que enfrenta, cuál va a ser su posición en el sistema de partidos y su relación con la sociedad.
La tarea pendiente que nos queda es apostar por convocar y construir un partido desde quienes se sintieron convocados por la épica del Frente Amplio, lo cual requiere esfuerzos de inserción e incorporar aquellos sujetos que intenta interpelar, más allá de un podcast en donde le explicamos a los sectores postergados de la sociedad qué es lo que está bien o mal, incluso con la arrogancia que caracteriza a nuestra generación; o asumir que pese a la unificación, se terminará anquilosando en la disputa electoral, que por su propia dinámica conlleva a conciliar iniciativas que generen acuerdos, abandonando principios que no tienen reconocimiento por el espectro político siendo absorbidos en la burocracia institucional.
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