Usted ¿le cree a las encuestas?

La última elección presidencial dejó en evidencia que las encuestas perdieron la brújula hace tiempo, equivocaron su pronóstico y se vieron sorprendidas por los resultados presidenciales y parlamentarios. 

Hoy las encuestan enfrentan una nueva crisis, ya no sólo en cuanto a sus limitadas capacidades predictivas, sino respecto de la autonomía con la que evalúan regularmente el desempeño de las autoridades y la aprobación o rechazo ante determinadas ideas y propuestas. 

Más que para saber quien gana o quien pierde una elección, las encuestas fueron cobrando relevancia en los últimos años como indicadores de ciertos climas de opinión y como recolectoras de información relevante a la hora de tomar decisiones. 

En ese contexto, con la atención del gobierno, de los medios y consecuentemente de la ciudadanía, algunas empresas encuestadoras fueron escalando posiciones - con velocidad sorprendente - para instalarse como líderes del rubro. 

CADEM es, en este escenario, un caso simbólico. Aunque oficialmente aseguran poseer 43 años de historia, les conocimos recién en las postrimerías del primer gobierno de Sebastián Piñera.

Con habilidad y un producto novedoso - encuestas semanales de evaluación política - lograron instalarse como un referente de los estudios de opinión pública en pocos años en un escenario de medios que privilegia los resultados, pero que nunca ha estado especialmente preocupado de la metodología con la que se llega a esos números. 

Poco importó que en las últimas elecciones los resultados entregados por CADEM estuvieran lejos de la realidad, o que desde el mundo académico se cuestionara habitualmente la calidad de la metodología empleada por esta organización. 

Hoy los sondeos de CADEM son publicados profusamente por los medios y sus directivos constantemente consultados como analistas e incluso como predictores del futuro. Es decir, ya no solo especialistas sino también influenciadores políticos. 

En estos días, se releva que CADEM se adjudicó, durante el primer año del Gobierno, el mayor monto de contrataciones con el Estado: 19 órdenes de compra por un total de 956 millones de pesos durante 2018. 

Que al gobierno le gustan las encuestas es algo que tenemos claro. También sabemos que el Presidente tiene una especial inclinación por tomar decisiones a partir de los sondeos de opinión. Lo que hoy no sabemos, y es imperioso aclarar, es cuán comprometida está la independencia de CADEM a la hora de evaluar el desempeño del gobierno y del mandatario. 

¿Posee la suficiente independencia para hacer una encuesta sobre el apoyo que tiene el gobierno en la ciudadanía? 

¿Podrá publicar datos que al gobierno no le convenga que se conozcan?  

Del mismo modo en que el financiamiento irregular de las campañas políticas ponía en entredicho la independencia de un parlamentario a la hora de votar un proyecto, el financiamiento con recursos públicos a una consultora como CADEM pone también en tela de juicio los resultados de sus estudios públicos de evaluación. 

¿Es la ciudadanía a través de la encuesta CADEM la que entrega su apoyo a la selección escolar por mérito propuesta por el gobierno, o es el Gobierno el que mandata a la encuestadora para que las cifras se inclinen en favor de su proposición? 

Sería mejor para este tipo de empresas no pactar contratos estables con el gobierno de turno. 

De seguro, ello significaría menos ingresos, pero le devolvería credibilidad a su trabajo frente a la gente que aún se guía por las cifras.  

Sería bueno que el Presidente de la República y todos quienes ejercemos un cargo de representación popular volviéramos a poner mayor atención a la calle, al diálogo y la crítica directa, que por mucho tiempo fue el mejor indicador para determinar si estábamos haciendo las cosas bien o mal. 

Sistematizar información es importante, al igual que determinar tendencias de opinión y evaluar la gestión de las autoridades.

Pero ese trabajo debe hacerse con autonomía frente a los evaluados y, decididamente, no por un grupo de personas cuyo trabajo puede verse influenciado por quien le paga el sueldo mes a mes o le adjudica millonarios contratos.

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