En un país totalmente diferente al que recibió el año 1987 a Juan Paulo II, nos ha visitado el actual Papa Francisco. Lo esencial, en las tres décadas que transcurrieron, es que Chile pasó de la dictadura a la democracia, de la opresión a la libertad y el pueblo soberano es el que decide su propio destino.
Este hecho fundamental debe nutrir la memoria para no omitir que, hace 31 años, Chile vivía bajo el terrorismo de Estado, con una cesantía cercana al tercio de la fuerza laboral y una población en situación de pobreza en torno al 40% de sus habitantes y con un grave aislamiento internacional.
En su tamaño económico, Chile estaba lejos de ser la mitad de lo que ha logrado forjar y construir en democracia, con un "interventor" del FMI que decidía cuanto se podía o no gastar en el Presupuesto nacional, dado el volumen del endeudamiento externo que asfixiaba el país.
En tal sentido, Francisco evocó al recordado cardenal Raúl Silva Henriquez, qué cuando la patria lo requirió, fue la voz de los sin voz, y señaló un camino que no debe olvidarse nunca: "si quieres la paz, trabaja por la justicia", aquella "que exige que cada hombre sea tratado como hombre".
En este país tan diferente al Chile de hace 31 años, Francisco dejó una clave de su visión al indicar que la nación chilena "marcó su destino como pueblo, fundamentado en la libertad y en el derecho". También al insistir en su "opción radical por la vida" y "la terca voluntad de existir", como lo remarcara en su encuentro con las reclusas en la cárcel de mujeres de San Joaquín.
Fue así como pidió en La Moneda que la democracia "sea de verdad un lugar de encuentro para todos", sin dejar de advertir que "cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. Es el camino".
Ante las mujeres presas por distintas causas, fue nítida su defensa de la dignidad como valor fundamental del ser humano, "la dignidad no se toca a nadie, se cuida, se custodia, se acaricia", y que aún ante duras penas de cárcel, "ninguno de nosotros es cosa, todos somos personas", "no nos dejemos cosificar".
En lo referido a su respuesta a los casos de pederastia y abusos sexuales cometidos por sacerdotes, marcó su posición en la primera intervención ante las autoridades del país, "no puedo dejar de manifestar el dolor y vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia".
Son palabras en contra de los abusadores y encubridores que justifican o niegan esas conductas deleznables, aunque la permanente presencia del cuestionado obispo de Osorno, Juan Barros, y los dichos papales en su defensa se instalaron como un porfiado punto negro a lo largo de la visita del Pontífice.
En la Región de la Araucanía dedicó su plegaria "por todos los que sufrieron y murieron" como resultado de las violaciones a los Derechos Humanos bajo dictadura, así como recibió y dialogó en Iquique con familiares de las victimas que le confiaron sus pesares y esperanzas.
A Chile como nación y a los pueblos originarios les convocó a entender que "la unidad es una diversidad reconciliada", remarcando que "no se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro".
En Temuco, ante la vasta pluralidad del país, subrayó que "la unidad no es un simulacro ni de integración forzada ni de marginación armonizada", concluyendo que "una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia", la que "termina volviendo mentirosa la causa más justa".
En la Pontificia Universidad Católica reafirmó su convicción que la pérdida de consistencia, caer "en la nube", conlleva una pérdida del sentido mismo del espacio público, que no logra mínimamente trascender desde lo individual a lo colectivo. Ante ello, pidió "construir sobre cimientos qué revelen esa dimensión tan importante de la vida como es el "nosotros".
Esta dimensión del devenir social tan crucial y determinante de atender es lo que había solicitado de la juventud que se congregó a oírlo en Maipú, a quienes estimuló con la idea que "madurar es crecer", pero "tampoco aceptar la injusticia". En la ocasión, Francisco insistió que no hay futuro "sin el nosotros de un pueblo, de una familia, de una nación".
En el norte hizo un llamado a que "estemos atentos a todas las situaciones de injusticias y a las nuevas formas de explotación", entre ellas "la precarización del trabajo que destruye vidas y hogares", y ante la tenaz inmigración que llega a Chile, reconoce "la grandeza dé hombres y mujeres, de familias enteras que ante la adversidad no se dan por vencidas y se abren paso buscando vida".
Pero, hubo una sola frase en Iquique, que hizo olvidar las anteriores, por encima de las valiosas reflexiones del Papa Francisco que interpretan a un ancho abanico de personas, sin distingo de grupos sociales, razas, etnias o credos religiosos, siendo capaces de trascender las fronteras entre creyentes y no creyentes.
En sus juicios hubo valoración del patriotismo y respeto a Chile, no hubo en ellas el conservadurismo y la intolerancia que hace meses pidieron algunos extremistas de derecha, cuando se anunció su viaje a Chile.
Sin embargo, al término de su gira dejó al país perplejo con la defensa que hizo del obispo Juan Barros; con ello, queda la duda sobre la causa por la cual el grupo que rodeara a Karadima, fuera a la postre tan decisivo como para ensombrecer, desde el inicio hasta el final, la propia visita del Papa Francisco a Chile.
Además, es demasiado fuerte la duda acerca de cómo fue posible la pétrea visibilidad del controvertido obispo de Osorno, es decir, que nadie le dijera que su polémico rol constituía un flaco favor a quién en su doctrina, es el Vicario de Cristo, cuya visita era para la Iglesia Católica fundamental. Al menos ahora no hay respuesta.
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