Qué duda cabe que la masculinidad tradicional está en crisis actualmente, y que más allá de la resistencia de muchos hombres en realizar cambios a sus vidas, nos encontramos en un momento de apertura que nos obliga a reflexionar sobre nuestras prácticas y en cómo nos relacionamos con nuestro entorno. De ahí que nuestro rol como hombres tenga que necesariamente que flexibilizarse y transformarse, ante un escenario en donde el movimiento feminista ha visibilizado las consecuencias de un sistema patriarcal, el cual ha generado múltiples desigualdades y violencias de todo tipo, en donde el cuidado de la vida ha sido desplazado por sistemas insostenibles.
Una de esas tantas violencias contra el cuidado de la vida, es la llamada violencia gineco-obstétrica, la cual viola los derechos humanos de las mujeres, quienes han tenido que lidiar con prácticas médicas y personal de salud, que van desde tratos humillantes, intervenciones sin consentimiento (episiotomías, cesáreas y medicación innecesaria) y la negación completa de la autonomía de la mujer sobre su propio cuerpo.
Ante esto, ha sido muy importante el aporte de múltiples organizaciones de mujeres por el derecho al parto respetado en todo el mundo, quienes han puesto el tema en la agenda e impulsado proyectos de ley para que los distintos Estados avancen al respecto y se erradique así la violencia gineco-obstétrica en todos los países, sin excepción. No obstante, los hombres y papás seguimos estando al margen de toda esta discusión fundamental, creyendo que es un tema que no nos compete y que por tanto no debiéramos asumir ninguna responsabilidad al respecto, reproduciendo así una masculinidad negligente y desligada del cuidado, como si fuera algo solo de mujeres.
En consecuencia, muchos hombres siguen siendo papás cero al momento del proceso de embarazo y parto de la mujer, teniendo una actitud acrítica, lo que nos vuelve cómplices de la violencia gineco-obstétrica ejercida en distintos centros de salud contra nuestras parejas y bebés, tanto públicos como privados, en donde a lo más estamos presentes de manera pasiva.
Ante esto, para salir del papá cero hay que romper con mandatos masculinos, que nos impiden ver violencias de género de todo tipo, como la gineco-obstétrica, la cual nos quita la posibilidad de reconocer prácticas que vulneran el derecho a un parto respetado y vivir la paternidad desde un lugar amoroso, ante una idea estereotipada de ser varón, desconectado de nuestras emociones y de nuestro entorno.
Para lograr aquello, me parece clave conocer y aprender del rol que han jugado las mujeres doulas históricamente, las cuales han brindado un apoyo físico, emocional y de entrega de información fundamental durante el embarazo, parto y posparto a muchas gestantes, facilitando así un bienestar integral para las mamás y para los bebés, por intermedio de un acompañamiento en todo el proceso.
Dicho lo anterior, lo que se trata es que justamente quienes son papás y lo seremos próximamente, intentemos de acompañar desde ese lugar a nuestras parejas y nos abramos a experiencias vetadas a nosotros por el patriarcado, ya que aquello también repercutirá en nuestros futuros hijos, construyendo así un mundo mucho más justo y más empático.
Para finalizar, para aquellos hombres interesados en dejar de ser papás cero, recomiendo el programa impartido por la matrona Vania Morales para la formación de papás doulos(1), en el cual busca enseñarnos aspectos como: las claves para un parto fluido, el lenguaje del parto, etapas del parto, acompañar el dolor, uso de balón kinésico, técnicas de manteo con rebozo y telas y la protección del nacimiento.
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