El dilema de las pandemias

Juan Antonio Esteban Altube
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Se ha producido un cambio sustancial, casi un milagro. El virus influyó en el cambio de la relación. No me atrevería a decir que es sólo el discurso, los diálogos o los parlamentos del guión de la pandemia y anexos.

Entre todos podremos sobrellevar los riesgos y daños de la circunstancia y es tarea de todos, por interés y solidaridad, hacer el esfuerzo que garantiza el triunfo sobre tan dañino enemigo. Sin distingo, el bien de todos con el esfuerzo de todos.

Ahora está claro que la peor de las actitudes es el individualismo egoísta. El que pretende estar motivado por ese dicho ridículo de “estando yo caliente ríase la gente”. Mis méritos, circunstancias o gustos o intereses de la ocasión que condicionan mi yo me colocan en la posición: envidiable, deplorable, caprichosa o intermedios correspondientes a seres que no son iguales. Y eso me lo respeta la estructura social y lo protegen las normativas.

Más aún, por artificios muy extendidos, en algunos sitios más que en otros, las diferencias pueden acentuarse casi exponencialmente (aunque eso parezca exagerado).

En cambio, si se siguen las líneas de este cambio pregonado y extendido mundialmente, tendremos que a todos nos ubica como semejantes e interdependientes, o por lo menos como cercanos muy vinculados. Lo que nos obliga a la actitud solidaria por estrategia, conveniencia y razón.  Cosa mucho más de acuerdo con la realidad objetiva.

Se estudia, organiza y difunde con argumentos de certeza que nadie, salvo irresponsable o maligno, puede negarse a practicar. Su omisión o insolidaridad puede perjudicarle a él u otros, sus semejantes por lo menos en la circunstancia. Tanto que hasta se dictan normas legales que califican como delito y castiga con dureza al que transgreda las normativas.

Todo esto respecto de la pandemia y los “pandemiados” ciertos o potenciales pero, ¿es sólo este “bicho maldito” al que podemos derrotar entre todos?

A mí, viejo y poco ducho, se me ocurren varias condiciones injustas, dañosas, vergonzosas que asuelan el mundo desde tiempos lejanos que merecerían la misma acción decidida, responsable, extendida y solidaria que ahora se pregona y exige. Muchas más dañinas y crueles que la “de moda”.

Veremos si el ser humano, como especie, aprende de sus “tropiezos”.

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