El 15 de mayo ha sido escogido por Naciones Unidas para celebrar internacionalmente la importancia de la familia. No obstante las profundas transformaciones en el concepto y forma en que la sociedad entiende a la “familia”, debido a los cambios culturales, sociales y demográficos, existe amplio consenso en valorar su rol fundamental en la sociedad, en especial en cuanto a promotora del desarrollo positivo de la Infancia.
Sin embargo, es manifiesto que para un grupo importante de nuestros niños, privados de cuidados parentales, el derecho a vivir en familia se transforma tan solo en un sueño. Convengamos que miles de hogares se ven afectados seriamente en sus capacidades de construir un entorno protector, en algunos de ellas se manifiesta la violencia, el abuso la vulneración grave; sin embargo, algo que muchas veces no se ve son los recursos que con apoyo y acompañamiento pueden permitir restaurar esa capacidad.
Cuando padres y madres han crecido aprendiendo modelos equivocados, si no tienen la oportunidad para cambiar las conductas que modelaron su vida probablemente seguirán los mismos patrones.
De allí que cuando el Estado decide una medida que privará a un niño de su familia de origen, desarraigándolo también de su núcleo afectivo presente en la familia extensa, en su colegio, en su grupo de amigos y en el conjunto de relaciones sobre las que construye su identidad, lo que debe proporcionar es un entorno afectivo y protector transitorio, que permita resguardar el bienestar del niño y poniendo todos los esfuerzos en lograr la reunificación familiar cuando ésta erradique los comportamientos de las vulneraciones que lo afectan.
Siendo esto un camino evidente, al mirar la oferta pública se observa la incapacidad del Estado para poner foco en las múltiples necesidades que tienen las familias en escenarios de vulnerabilidad. La familia no es un objeto pasivo, sino el principal motor de la reparación y rehabilitación de un niño.
Desde la Institucionalidad, las familias en el sistema de protección son invisibles y, en muchos casos, son tratadas como factores de riesgo. No es extraño que los diagnósticos sobre los cuales se decide el futuro de un niño y se adoptan las medidas cautelares carezcan, muchas veces, de una mirada completa e integral que identifique las posibilidades y el potencial que tienen para que, con apoyo de programas de calidad, se puedan evitar vulneraciones y fortalecer su desarrollo.
Por eso, no olvidemos a miles de niños que están en nuestro sistema de protección, privados del derecho a vivir en familia.
No olvidemos que están esperando de nosotros la capacidad de avanzar con decisión en hacer visibles a sus padres y hermanos, a devolverles un lugar en que construyan su vida con amor y dónde sientan que pueden tener un mañana como adultos felices y completos, sin más renuncia que la de un pasado y un presente que les causó dolor y que no tiene por qué seguir siendo su futuro.
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