Hay una revolución silenciosa en marcha que está ocurriendo ahora mismo, en laboratorios de todo el mundo. Es una revolución que nace en lo diminuto, en escalas tan pequeñas que desafían nuestra imaginación, y que promete cambiarlo todo: cómo encendemos el computador, cómo cargamos el celular, cómo enfrentamos enfermedades y hasta cómo cuidamos el planeta. Esa revolución se llama espintrónica, y aunque el nombre pueda sonar complejo, su promesa es sencilla: crear dispositivos más rápidos, más eficientes y más inteligentes. ¿Cómo? Aprovechando algo que siempre estuvo ahí, dentro de cada electrón, una propiedad sutil pero poderosa que hasta hace poco habíamos pasado por alto: su espín.
Durante décadas, toda nuestra tecnología, que conocemos como electrónica, había funcionado controlando la carga de los electrones. Pero esos mismos electrones también tenían un espín. Al aprender a manipularlo, abrimos una nueva dimensión tecnológica que no solo permite hacer las cosas mejor, sino también de forma más limpia, rápida y sostenible.
Esta semana participé en el International Workshop on Spintronics en Ecuador, donde investigadoras e investigadores de distintos países compartimos los avances más recientes en esta área. Allí presenté el trabajo que venimos desarrollando desde hace años en el Laboratorio de Nanomagnetismo de la Universidad de Santiago de Chile, donde diseñamos estructuras diminutas, en la escala de los nanómetros, capaces de ajustar su comportamiento magnético según la aplicación deseada. A esta escala, el tamaño, la forma y las interacciones entre las nanoestructuras cambian por completo la manera en que los materiales magnéticos responden. Gracias a esto, podemos abordar desafíos tecnológicos que no tienen solución con materiales más grandes.
Pero lo más emocionante del congreso fue ver cómo esta ciencia se conecta con lo humano. Se presentaron memorias magnéticas y osciladores que imitan el comportamiento del cerebro humano, abriendo paso a una computación neuromórfica, más ágil y con menor consumo energético. Se discutió el uso de materiales bidimensionales para fabricar dispositivos que funcionan sin grandes corrientes eléctricas. También se exploraron aplicaciones médicas: desde sensores ultrasensibles hasta tratamientos contra el cáncer basados en calor localizado. Y hubo espacio para pensar en el planeta, con propuestas que buscan desarrollar tecnologías a partir de materiales más abundantes y menos contaminantes, alineadas con los desafíos de la sostenibilidad.
La espintrónica es ciencia avanzada, sí, pero también es esperanza. Una esperanza que se construye con colaboración entre científicas y científicos de diversas disciplinas e instituciones. Que nace del diálogo, de la revisión crítica entre pares y del trabajo compartido entre personas de diferentes países, culturas y miradas. Una esperanza que nos recuerda que la ciencia es más fuerte cuando es colectiva, abierta y profundamente humana.
Chile está presente en esta revolución. No como espectador, sino como protagonista. Desde nuestras universidades, laboratorios y redes de colaboración -nacionales e internacionales- estamos aportando a imaginar un futuro donde la tecnología esté verdaderamente al servicio de las personas, y no al revés. Desde el Centro de Nanociencia y Nanotecnología (Cedenna), impulsamos investigaciones de frontera como la espintrónica, que nos recuerdan que lo más pequeño puede tener el mayor impacto. Que mirar lo invisible puede ser el primer paso para cambiar lo que damos por hecho. Y que cuando la ciencia se conecta con la vida, no solo entendemos mejor el mundo: también lo mejoramos.
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