Coronavirus: la punta del iceberg

El arte y la cultura son bienes públicos de incalculable valor. No es casualidad que, junto con el deporte, sea lo que los expertos recomiendan para sobrellevar una crisis sanitaria que nos exige distancia social y cuarentena. El arte nos ayuda a entender la realidad, a repensarla, ponerla en perspectiva, comprender el mundo y darnos a entender en él. Tampoco es casualidad que la cultura sea inseparable de la historia humana. 

En lo económico, las industrias creativas aportan el 2,2% del PIB, una cifra no menor de parte de un sector históricamente precarizado. Sin embargo, para los artistas es normal trabajar sin contrato, no tener seguro de cesantía, ni acceso garantizado a la salud, ni a una jubilación digna. 

No es un secreto que el arte y la cultura no han sido prioridad de ninguno de los últimos gobiernos de nuestro país, y por lo mismo no es sorprendente que tantos artistas hayamos adherido al descontento social iniciado en octubre. La crisis del coronavirus no ha hecho más que profundizar una crisis que ya había comenzado a estallar. 

El distanciamiento social ha cortado drásticamente la posibilidad de trabajar y generar ingresos a artistas y trabajadores culturales, entre los que se incluye camarógrafos, sonidistas, tramoyistas, vestuaristas, maquilladores, iluminadores, y un largo etcétera de personas que hacen posible el desarrollo artístico en nuestro país. Y aunque la contingencia ha dado un tono de urgencia mucho mayor, no podemos olvidar que la crisis de la cultura lleva décadas. 

A pesar de eso en medio de esta crisis sanitaria mundial, los artistas, como siempre, hemos puesto nuestra vocación al servicio de las personas. Desde presentaciones de diversas disciplinas, cursos y charlas, todo adaptado al formato online para colaborar con la contención del COVID-19. 

Hoy artistas y trabajadores culturales necesitamos apoyo para pasar los meses de distanciamiento social. Pero incluso más relevante es la necesidad de cambios reales: que lo común sea el respeto a la propiedad intelectual, el trabajo con contrato, el cumplimiento de leyes sociales como el pago de la previsión de salud o jubilación.

Que se reconozca el aporte de las industrias creativas, el arte y la cultura tanto en su contribución a la economía, que es cuantificable, como en su valor intrínsecamente humano, que no es posible medir.

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