Sin duda, el balance del año que termina, en cultura, apunta hacia Brasil. No solo por el feroz incendio de su Museo Nacional ubicado en Río de Janeiro, sino por la preocupante noticia que el ministerio de Cultura pasará a formar parte del nuevo ministerio de Ciudadanía, que integrará las actuales carteras de Desarrollo Social, Deporte, Cultura y parte de la de Trabajo. Más allá de esta readecuación, la elección de Jair Bolsonaro resucita el fantasma del autoritarismo sobre la nación más grande de nuestro subcontinente.
En una reciente reunión, en la que analizamos un texto para homenajear al embajador español ante el primer gobierno pos dictadura en Chile, el poeta Jaime Quezada recordó que Gabriela Mistral escribía Democracia con mayúscula, como una forma de resaltar la relevancia del concepto. Oportuno recordatorio pues lo que se reconocía en el embajador Pedro Bermejo, era su rol en la llegada a nuestro país una muestra de homenaje de la Democracia española - de pujantes 25 años - a la Democracia chilena, recién conquistada.
La muestra contenía la totalidad de las publicaciones hechas en España entre la caída de la dictadura y 1993. Titulada Letras de España, se llevó a cabo en el - entonces en remodelación - Centro Cultural Estación Mapocho, símbolo de la conquista democrática chilena.
Han pasado otros 25 años y la Democracia parece haberse convertido en rutina en nuestro país. En cultura, se la había incorporado institucionalmente hasta el mayor nivel de participación, creándose un Consejo nacional con un directorio variopinto y no modificable por la autoridad. Salvo que ésta, por la vía legal, creara una instancia superior, que lo incorporara.
Ocurrió, con la creación del ministerio de las Culturas, las artes y el patrimonio, que comenzó a existir el 1 de marzo de 2018, misma fecha en que se disolvió tal directorio, sin que hasta ahora se haya instalado su continuidad, el Consejo nacional de las culturas... más amplio y variopinto aún, pero aún inexistente.
De modo que, por primera vez desde 2003, hemos tenido un año cultural con autoridad unipersonal, sin instancia participativa que lo acompañe. Quizás esa situación - no deseada pero tampoco prevista por el legislador - no haya estado ausente en el hecho que en 2018 hayamos tenido cuatro ministras y ministros diferentes, en todo el espectro de la palabra diferentes.
La salida del primero, Ernesto Ottone, que gobernó 12 días, era inevitable, por el cambio de gobierno.
La segunda, Alejandra Pérez, duró cinco meses y tal vez su estancia se hubiese prolongado, de contar con la asesoría (eso es el nuevo Consejo, asesor) de un consejo capaz de representar la complejidad y diversidad del sector.
El tercero, Mauricio Rojas, duró cuatro días y permitió comprobar que uno de los aspectos de la Democracia, la participación, estaba intacto en el mundo de la cultura, pues se produjo una gigantesca manifestación de rechazo, ante declaraciones negacionistas de las violaciones de los derechos humanos, efectuadas por el designado con anterioridad.
La cuarta ministra, Consuelo Valdés, conocedora de las instancias participativas de la cultura, se ha preocupado de hacer llegar a La Moneda, los nombres que las diversas organizaciones le han presentado como posibles integrantes del Consejo. Sin embargo, ha debido enfrentar, en el intertanto, flagrantes muestras de irrespeto a la Democracia.
Qué son sino eso las esculturas y otras valiosas piezas artísticas "privatizadas" en una propiedad de Raúl Schüler, que debieran estar en lugares públicos, para el disfrute de todos.
Qué es sino eso el intento - felizmente frustrado, a causa de una fuerte participación ciudadana y parlamentaria - de recortar un 30% de su presupuesto a instituciones de diversos objetivos, pero con un denominador común: ser fundaciones o corporaciones sin fines de lucro, con misión pública y directorios diversos y representativos del mundo cultural al que sirven.
Un atentado desde la autoridad de Hacienda, sin evaluación ni consulta que considerara la valoración que dichos directorios hacen de las instituciones amenazadas.
No habría sido necesario un esfuerzo tan amplio si estuviese activo el Consejo nacional mencionado, que debiera ser garante de que en los años que vienen no se repetirá un desatino como el mencionado recorte.
Infelizmente, nada asegura que, desde la lógica de ciertos economistas, el criterio de recortar a privados (omitiendo que son corporaciones de servicio público, sin fines de lucro y creados por el Estado) vuelva a renacer en la próxima discusión presupuestaria. Evitarlo, será una de las misiones de la Ministra Valdés, junto con aumentar recursos a los servicios patrimoniales.
Por su parte, dos museos públicos padecen demora en designaciones en su dirección máxima los museos Histórico y de Bellas Artes. Tardanzas que han permitido aflorar propuestas de creación, en ellos, de instancias participativas, que consideren a beneficiarios, trabajadores y pares.
Tales instancias forman parte de las promesas deslizadas durante el debate legislativo del actual Ministerio y se han reiterado por parte del subsecretario del Patrimonio, Emilio De la Cerda, enfrascado en la preparación de la nueva ley de Patrimonio, que debiera ser enviada pronto al Parlamento.
No sería justo terminar este balance sin enumerar los logros de estos diez meses en la subsecretaría de Arte y cultura, que dirige Juan Carlos Silva: instalación en cultura de los Premios nacionales destinados a las artes; traslado de la eliminación del IVA a espectáculos desde Educación a Culturas; inicio del pago de dietas a los consejeros sectoriales, que contempla la Ley; aumento en porcentaje de las postulaciones a los Fondos concursables; instalación del primer ministerio en la nueva región de Ñuble y ocupar el primer lugar en información publicada, entre los servicios públicos del país.
Debiera entonces esperarse que el año que viene será el del término de la implementación del Ministerio con las instancias de participación respectivas, para que la Democracia pueda escribirse con mayúscula mistraliana.
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