En memoria de un hijo nacido muerto, justo doce meses antes, el pastor protestante Theodorus y su mujer Anna Cornelia llamaron Vincent al futuro inventor de los girasoles. Prácticamente criado en internados, su afición por la pintura comienza en el Instituto Hannik donde permanece hasta los quince años cuando decide abandonar los estudios.
“Mi juventud fue triste, fría y estéril”.
Empleado en Goupil & Co, casa de objetos artísticos en La Haya, sería trasladado a Londres. Allí se enamora de Eugenia, hija de la dueña de su pensión y sufre una primera frustración sentimental agravada por la pérdida del trabajo. Según Goupil & Co lo despidieron por anteponer sus gustos personales en las ventas.
“El comercio de arte es una farsa”, diría él aislándose en la lectura de libros religiosos.
Su aspiración teológica aumenta al son de la Biblia y La imitación de Cristo de Tomás de Kempis, y sus sermones denotaban una escrupulosa preparación: “En el púlpito me sentía como quien sale de una oscura cueva subterránea a la plena luz. Desde ahora difundiré el Evangelio por el mundo entero.”
Aunque el fanatismo de sus homilías provoca más temor que devoción en una zona carbonífera belga. “Los carboneros y los tejedores siguen constituyendo una raza aparte de los demás trabajadores y artesanos y siento por ellos gran simpatía y sería feliz si un día pudiera dibujarlos, de modo que estos tipos casi inéditos fuesen sacados a luz”.
Por sugerencia de su hermano Theo se inscribe en la Academia de Bellas Artes de Bruselas; realiza esbozos basados en lienzos de Millet y temas de la vida cotidiana. Prendado ahora de una prima cosechará otro rotundo no. Frenético y desafiando la intolerante moral familiar recoge a una prostituta alcohólica y con una hija. Ambas modelarían para él.
Engañoso consuelo de vida hogareña que termina cuando ella decide volver a la calle.
Tras su primera expulsión, retorna a la casa paterna donde le acondicionan una habitación como taller. Nuevas pretensiones matrimoniales son malogradas por la tenaz oposición de los familiares de la novia, Margot Begemann. Tiempos en que pinta Los comedores de patatas cuyos colores terrosos con influencias de la plástica popular holandesa anuncian ya un aire propio.
Uno de sus amigos, Anthon van Rappard, se permitió observar.
“Estarás de acuerdo en que este trabajo no se puede tomar seriamente. Eres capaz de mucho más. Pero, ¿por qué todo lo observas y tratas superficialmente? En este cuadro los personajes posan. La mano de la mujer del fondo...¡qué poco real! ¿Y qué relación hay entre la cafetera, la mesa y la mano que toca el asa? ¿Qué función desempeña esta cafetera? ¿Y por qué el hombre de la derecha no tiene rodillas, ni vientre, ni pulmones? ¿O quizá los tiene en la espalda? ¿Por qué a su brazo le falta un metro de largo, por qué falta la mitad de su nariz? El arte es demasiado elevado para poderlo tratar con tanta negligencia.”
Naturalmente, ese humus crítico arruinó para siempre la amistad.
En París, entonces capital del arte, fue admirado y criticado. Él, siempre a contrapelo de lo establecido, decía: “No es tanto a los pintores como a la naturaleza a la que es necesario escuchar”. Y para oírla mejor se instalaría en Arlés aconsejado por Toulouse-Lautrec su defensor ante los reproches recibidos.
Subsistiendo gracias a Theo quiso crear un colectivo de artistas pero sólo respondió Paul Gauguin. Y pese al entusiasmo con que perfilan paisajes y contornos arlesianos la riada de sus caracteres desbordaría la convivencia. Un infierno, acaso con buenos momentos, hasta el célebre altercado. Gauguin dijo que el holandés lo persiguió blandiendo una navaja y después se mutiló la oreja.
No obstante, Hans Kaufmann y Rita Wildegans en La oreja de Van Gogh, Paul Gauguin y el pacto del silencio afirman que él, maestro de esgrima, lo hirió con su sable luego de discutir por una cierta Rachel. Van Gogh sólo habría recortado la oreja lacerada y calló escudando al colega que regresó a París con su mala conciencia.
En todo caso el año en Arlés fue de una gran fecundidad. Pinta Los girasoles serie de cuadros muy ligada a Gauguin tanto que uno de ellos embellecía la habitación del parisino y éste le hizo un retrato pintándolos.
Cuando expuso en Bruselas, la pintora Anna Boch adquiere El viñedo rojo, primera de las tres obras vendidas en su vida junto con Puente de Clichy y un Autorretrato. Muy poco para un creador que en diez años de impaciente trajinar produjo casi 900 telas y unos 1.600 dibujos.
Abrumado por alucinaciones, ataques de ira y manía persecutoria acepta ingresar al manicomio de Saint-Rémy. Después establecido en Avers-sur-Oise al cuidado del doctor Paul Gachet, acuarelista aficionado, produce más de setenta cuadros en algunas semanas. Aun así, mientras pasea por la campiña se descerrajaría un tiro muriendo a los dos días en brazos de Theo.
Los estadounidenses Naifeh y White niegan el suicidio y su hipótesis apunta hacia René y Gastón Secrétan, muchachos veraneantes y conocidos suyos; a René le gustaba vestirse de cowboy y disparar con un viejo revólver.
El 27 de julio de 1890 Van Gogh salió llevando sus enseres de trabajo y en el camino encuentra a los hermanos. Habría habido una trifulca y un disparo fortuito.
Con exactitud, nadie sabe qué ocurrió y Vincent se inculparía protegiendo al joven.
Nunca aparecieron los instrumentos del pintor ni el arma, y el Museo Van Gogh de Ámsterdam, que se toma su tiempo para admitir apostillas sobre la verdad oficial de su patrono, considera prematuro admitir indicios “poco convincentes” y con aires de Far West.
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