Hace tan sólo dos semanas, el 16 de octubre, Daniel Viglietti ofreció un recital en Chile en el Teatro Nescafé de las Artes de calle Manuel Montt. Ese, sería el último por acá, desde ese inaugural por el año 65, que él aún recordaba en la Peña de los Parra.
Al día siguiente, un martes según recuerdo, me comunique con su anfitrión en Chile, Roberto Stirling Arévalo, quien tuvo el gesto de comunicarme por teléfono de inmediato con Daniel. Le hablé de una entrevista y le pregunté cómo andaban sus tiempos. Fue muy amable y directo. Se le terminaban las horas en Chile y ya retornaba a su Uruguay entrañable, me recordó su correo y me pidió que le diera tiempo y que la entrevista la avanzaríamos a distancia. En eso quedamos, hasta hoy. Hasta ahora. Hasta ayer.
Así fue cómo comencé a preparar un cuestionario de múltiples entradas. Me interesaba su testimonio como uno de los últimos grandes de la canción latinoamericana de los 60, esa comprometida con tiempos de épica y ensayo, prueba y error. Era uno de los pocos aún vivo y además activo, como compositor e intérprete. También, quería registrar su mirada oblicua respecto a estos tiempos en su Uruguay, en Chile y en nuestra América. Quizás presintiendo que sus años de experiencia y sensibilidad aportarían luces en esta época compleja y a veces desesperanzadora.
Porque Daniel era empuje.
Daniel Viglietti, músico y virtuoso de la guitarra, compositor y poeta. Hombre comprometido con su tiempo y muy particularmente con América Latina. Para él, eso de jubilarse parecía que estaba aún muy lejos. Aún cantaba circulando en grandes recitales y en modestos encuentros. Era un trabajador de la cultura.
Recuerdo que estando en Montevideo, un par de semanas en el 2010, me topé en dos recitales con Daniel. Por ahí llegó al Museo de la Memoria en las afueras de Montevideo arrastrando en un carrito su atril, letras y guitarra a un acto para expresar la emoción del reencuentro de una abuela con su nieto secuestrado.
Días más tarde, en otra conmemoración por militantes uruguayos desaparecidos y en un improvisado escenario en medio de una calle cortada, allí estaba el mismo Viglietti. Parecía que en ese paisito había o muchos Daniel o uno sólo infatigable que se multiplicaba a la hora de los gestos y de las emociones.
Anaclara, nuestra hija; El Por todo Chile; A desalambrar… Y cada una de esas canciones interpretadas en esa noche de despedida del 16 de octubre pasado.
En esa última actuación con la generosidad de un grande, Daniel invitó a cantar junto a él a otros músicos del ayer y de hoy. Y a cada uno de ellos acompañó o escuchó atentamente apostando a sembrar y multiplicarse. ¡Que tremenda lección en estos tiempos de egolatrías desatadas!
Ese 16 último, también se dio el tiempo de escuchar al poeta Jorge Montealegre y durante más de dos horas se paseó por ritmos y geografías recordando una y otra vez, que todos esos viejos temas recordaban viejas banderas y también muy inconclusas tareas.
Incluso, esa noche se permitió un tremendo guiño, como fue el cantar sus letras adaptadas al presente y nos habló de los hijos deseados o los gurisitos, como decía a lo charrúa.
Seguramente, en ese ir y venir la producción de sus recitales no era uno de sus fuertes. El que se enteraba se enteraba y sin letreros ni letras en neón, llegábamos a la convocatoria de uno que otro afiche o de un correo invitando o por simple casualidad. Su canto era sin bombo.
Con la simpleza de siempre, esos días en Chile alteró su programa para estar en el lanzamiento de un libro sobre Beatriz Allende de Marco Álvarez y también se dio tiempo para arrancarse a Valparaíso y estar en los encuentros que sus años y cansancios le permitieron.
Viglietti, el que nos acompañó en los años de cárcel. Viglietti el que escribió ese tremendo poema del Por Todo Chile. Viglietti, el uruguayo incisivo que con fraternidad supo insistir en la unidad de esa América nuestra, sin conceder nada esencial. Viglietti el del Che, Salvador Allende y Miguel Enríquez.
Esa última noche en Santiago el maestro recordó a la Violeta Parra, a sus hijos y a todo el clan.
Esa última noche excusó a Patricio Manns, otro grande aún presente.
Retornó a su Uruguay y el viernes 20 de octubre, en Las Piedras y homenajeando al Che, realizó su última actuación en esa, su tierra.
Esa última noche a Viglietti lo aplaudimos de pie, con la ingenuidad que era para siempre.
A Viglietti le faltaba quizás Benedetti o tal vez ese otro tiempo, ya no lo sabremos.
A quienes no lo conocieron o aún no han escuchado su canto, mañana les hablaremos de este señor de manos grandes tocando su guitarra y tamborileando en ella. De su didáctica y generosidad de poeta y juglar de los sencillos.
Y al finalizar octubre, me quedo con mi cuestionario inconcluso.
No, no, no, nadie te olvida…
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