El fútbol es lo más parecido a la vida

El interés del fútbol reside en que es lo más parecido a la vida. Y es que en el hay una combinación perfecta entre destreza y azar. No es puro azar, pero tampoco un desequilibrio entre ambos aspectos, como el que podemos encontrar, por ejemplo, en otros deportes, como el tenis o el rugby.

En el tenis, la destreza supera siempre el azar, este tiene poco margen. El jugador con su habilidad puede perfectamente prever lo que ocurrirá con su jugada y adelantarse a los movimientos que hará su rival, obligándolo a actuar de una determinada manera. Y hasta se pueden ganar puntos que son resultado de la pura destreza, como ocurre con los aces. El concepto mismo de “error no forzado” que es propio del tenis, señala que ciertos errores no llegan como resultado de una táctica del rival, sino por impericia propia. Y eso quiere decir que en ambos casos, en los errores forzados, tanto como en los no forzados, se trata de un asunto de destreza. El azar ni siquiera está considerado.

En el rugby, debido a la forma oval de la pelota no se sabe nunca hacia donde va a dar el bote, su trayectoria no es perfectamente previsible, por tanto hay más azar. Pero por otro lado, hay elementos de fuerza física, de violencia, que son ajenos a otros deportes. Un antiguo dicho británico dice que "el fútbol es un juego de caballeros jugado por villanos y el rugby es un juego de villanos jugado por caballeros”.

A pesar de eso, en el rugby se respetan las reglas escrupulosamente y rara vez hay un alegato por un mal cobro arbitral. Por otro lado, en el rugby siempre está presente la conciencia de que al final, todo no ha sido más que un juego, lo que demuestra la costumbre existente en este deporte de lo que se llama “el tercer tiempo”, en el que jugadores, árbitros y público se juntan después del partido a comentar las jugadas y el resultado.

En el fútbol, en cambio la pelota es redonda, es decir, el papel que puede jugar el azar en las jugadas está perfectamente equilibrado con la destreza que tengan o no tengan los jugadores.

Como se ha dicho infinitas veces, el fútbol es un deporte social en sí mismo. Se juega en grupos organizados de acuerdo a una perfecta división del trabajo: los jugadores se alinean en puestos diferentes con responsabilidades diferentes. Unos tienen que detener los avances del adversario, otros son atacantes, otros asisten a los atacantes o a los defensores, y otros cuidan el arco para que no entren goles.

El hecho de funcionar como un equipo hace que la táctica de juego sea un elemento esencial, pues de la atribución de las tareas que cada jugador tendrá en la cancha dependerá la eficacia o el fracaso del equipo. Por lo tanto, la habilidad personal en cada caso tiene que desarrollarse a partir del funcionamiento colectivo y no tiene ningún valor por si misma. Un jugador “comilón” o “que juega solo”, por más diestro que sea, no sirve en el fútbol, donde todo tiene que estar mediatizado hacia el juego de equipo. El rol del entrenador es primordial, pues asegura que se cumpla el objetivo común como un observador exterior, encargado de pensar lo colectivo.

Lo que observa con interés el espectador desde la tribuna del estadio, es por encima de todo cómo opera este funcionamiento, como cada jugador cumple su rol y tiene en cuenta a la vez a sus compañeros y sus rivales. Y los mejores jugadores son aquellos que tienen en cada momento registrada en su mente la posición exacta en que se encuentran todos los demás jugadores en la cancha. Lo más hermoso es ver como ciertos jugadores de gran talento (como por ejemplo el Mago Valdivia) son capaces hasta de prever la posición libre a la que será capaz de llegar un compañero y adelantarle un pase que lo dejará en una posición privilegiada. La precisión en la jugada es quizás lo más hermoso del futbol. El gol, no es más que la coronación en un trabajo arquitectónico mucho más complejo y en el que reside el verdadero arte del fútbol.

El elemento azar también existe en el fútbol y casi de manera pura. Un gol puede venir del azar, puede ser “de pura suerte”, una pelota que llevaba una intención diferente, tocó a un defensor y entró en el arco, un pelotazo mal dirigido que sin querer entra en el arco, un disparo al arco que da un bote raro por una imperfección de la cancha y en lugar de entrar, se desvía y sale fuera. etc. Los ejemplos son múltiples.

A quien le gusta el fútbol, no pensará jamás que ganar o perder sea lo esencial. Se puede ganar con deshonor o perder con honor. Lo importante entonces es el honor, el como se pierde o se gana y en esto hay una gama infinita de posibilidades. En el fútbol se ponen en juego caso todas las facultades humanas, la inteligencia, la generosidad, el espíritu de grupo, la astucia, la valentía, pero también las malas, el egoísmo, la cobardía, el descontrol, la rabia, y hasta la más pura maldad. Y por supuesto, el amor y el odio, todo lo humano se futboliza.

El fútbol siempre empieza de nuevo, siempre hay en el una nueva oportunidad. Se perdió, pero mañana se podrá ganar. Nunca nada está perdido, pero tampoco definitivamente ganado. En cuanto un campeonato se termina, otro vuelve a empezar. Es un eterno retorno de lo mismo no sufrido  sino querido como en el mito de Sísifo, sino querido el acto de hacer el amor.

Y lo más increíble, en el fútbol también puede jugar un papel la injusticia o la justicia, la verdad o el engaño. Un penal mal cobrado puede ser determinante en favor o en contra de un equipo. Un buen árbitro es un factor de seguridad frente a la pillería o la astucia de un jugador, un mal árbitro puede tomar una decisión equivocada y confirmar lo que no es más que un engaño. Se puede meter un gol con la mano y ganar un campeonato, como ocurrió con Maradona.

Si observamos cómo es nuestra vida, descubriremos de inmediato que el fútbol es su perfecta reproducción. Los seres humanos, cada uno en su circunstancia determinada y rodeado de personas que, o bien ayudan o son un obstáculo, tienen que conseguir sus objetivos a través de alianzas cada vez decisivas. Nuestra vida también está sujeta al dictamen de la fortuna. No siempre los buenos ganan, y tampoco sirve a veces la habilidad, la inteligencia, la sabiduría.

Muchas veces lo decisivo es la buena suerte. Si bien casi nunca es perfectamente claro por qué equipo estamos jugando, siempre estamos ubicados en un grupo de pertenencia, con rivales al frente que quieren lo que nosotros no queremos y que se oponen con fuerza a la consecución de nuestros objetivos. Nuestros logros o fracasos no dependen solamente de nosotros mismos, por eso constantemente andamos a la búsqueda de la consolidación de los nuestros, nuestra familia, nuestras amistades, nuestros asociados, nuestros colegas, nuestros compañeros, nuestro equipo. Porque no solamente el fútbol es como la vida, sino que la vida es también como el fútbol.

Por eso, ¿qué de extraño tiene el que miles y miles de personas llenen los estadios o se sienten a mirar un partido en la televisión? ¿No es acaso esa la mejor manera que tienen de ver ante ellos mismos cristalizarse en una síntesis perfecta lo que es su existencia y lo que son sus luchas? El entusiasmo por el fútbol no es más un entusiasmo por nuestra propia vida y eso no puede ser más benéfico cuando pareciera que todo menos eso naufraga a nuestro alrededor.

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