Hambre fue la frase que marcó la semana recién pasada en nuestro país. Es una palabra cruda, cuya fonética va desde adentro hacia afuera: ham se inhala y bre se exhala, se traga y se expele. Y cuando sale retumba y genera ecos.
Son las ondas de esta palabra las que golpearon y se proyectaron en todas las paredes de la sociedad hace unos días, cuando la burla y el desprecio de muchos se juntó con el aprovechamiento de otros varios.
Sin embargo, muy pocos tomaron en consideración su real significado. Y es que el hambre se padece desde adentro y es difícil de explicar a quienes siempre han tenido alimento de sobra.
El hambre física comúnmente se siente como un vacío, como un espacio de aire in crecento que urge ser llenado. Pero el hambre de la que oímos la semana pasada y que muchos creían extinta o de otras épocas es diferente. Es un hambre que en los cuerpos se refleja de manera inversa.
Es un hambre que se enquista y crece.
Es un hambre que se alimenta de sí misma.
Es hambre de comida, pero con algo más; es hambre con rabia que sabe a injusticia.
Es un hambre que no muestra huesos, ni costillas ni ojos vidriosos, sino rostros irritados y cuerpos blandos gritando su desdicha en un ambiente hostil y terroso, fuera de la órbita OCDE.
El nuevo cuerpo del hambre es antiestético. Es un cuerpo abultado que se desparrama frente a las cámaras de TV. Ese cuerpo es, de por si, un arma de protesta. Su sola presencia molesta e incomoda a la esbelta belleza matinal. Su hambruna es expansiva y se muestra como tal.
Es hambre de educación, de salud, de vivienda, de la verde hermosura de los barrios más acomodados. El nuevo cuerpo hambriento lucha, como decía Neruda en Los versos del capitán, “contra el sistema que reparte el hambre, contra la organización de la miseria”.
Hay algo de inocencia y maldad (muchas veces van de la mano) en aquellos que creen que ésta es un hambre que se sacia con un bocado o con dos envueltos en una caja de regalo.
El nuevo cuerpo hambriento requiere ser alimentado de dignidad y respeto, pero en abundancia. No obstante, es un trabajo largo hasta que el cuerpo se reponga.
El mas serio de los riesgos de un cuerpo hambriento, debemos saber, no es necesariamente la muerte por inanición, la cual es extremadamente lenta, sino el periodo que precede al desvanecimiento final de la mente y el organismo por falta de nutrientes.
Uno de los más crueles instintos del hambriento, como la historia nos ha enseñado en múltiples ocasiones, no es necesariamente el canibalismo de los otros o del propio cuerpo sino el deseo de devorar a aquel que provoca su padecimiento. El hambre, en este sentido, no es racional.
Bien vale preguntarle entonces a los administradores de la miseria que tan bien preparados están para lidiar con estos cuerpos de hambre.
¿Está el Estado dispuesto a ofrecer una parte de sus brazos, torso, piernas, o su cabeza en caso de ser necesario?
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