El tráfago de los acontecimientos sociales y políticos nos dificulta poder entender con claridad qué es una universidad, cuál es su objeto y qué la define. Incluso al interior de las instituciones nos cuesta detenernos a pensar. Es evidente que este extravío es producto de las obligaciones a las cuales estamos sometidos: procesos de acreditación cíclicos e interminables, de jerarquización académica, de control interno y externo, en el caso de las públicas y estatales, de postulación a proyectos y publicaciones, de luchas por defender lo que hacemos en tiempos en los cuales hacer clases es un acto de valentía, y un largo etcétera. Llevamos un ritmo que sólo aquellos que tienen la oportunidad de trabajar en una organización universitaria, pueden reconocer con claridad.
Son días difíciles y lo serán aún más si la sociedad no comprende el valor que tiene una Universidad como institución formadora de personas y generadora de conocimiento; los dos pilares que definen a la Universidad moderna.
Mientras en países vecinos y no tan vecinos el ataque a las Universidades ha sido una tónica cotidiana, acusando a estas instituciones de inútiles, de malgastadoras, rebajando sus presupuestos y asfixiándolas, muchas veces con la complicidad de medios de comunicación y mayorías circunstanciales, me pregunto si ocurrirá lo mismo en Chile.
En tiempos en los cuales lo pragmático parece gobernar las actuaciones, en los cuales el mundo se acomoda a tentones a las transformaciones tecnológicas que aparecen ante nosotros como una panacea, pero que tienen demasiadas zonas grises que es necesario mirar con lupa. En épocas en las cuales la verdad parece importar poco y lo que resuena con fuerza es lo que se dice mediante estridencias groseras. Justamente ahora, en este minuto, necesitamos más presencia universitaria.
Los días que vivimos nos imponen un ritmo frenético. Tomar posición en los extremos. Responder a la última publicación de redes sociales. Subir una foto siendo "feliz". El mundo, y no sólo las élites como suelen exponer algunos intelectuales, se encuentra polarizado. Pero no se trata, como en los '70, de una polarización ideológica, esta vez es una polarización entre un amplio grupo que espera obtener las promesas que la modernización ofertó (educación, bienestar, viajes, consumo, etcétera) y un grupo que ya lo obtuvo. Es una polarización más compleja que la anterior pues no se observa una posibilidad de resolución que no implique repensar la sociedad misma y sus fundamentos. Detenernos a pensar, dejar de actuar, es fundamental.
Justamente en esta época, en que todo parece dramático, una institución como la universidad, en la cual el conocimiento, la cultura, la evidencia, el uso de la razón y el adiestramiento de los sentimientos más elementales, es más necesaria que nunca. Defender la universidad; su capacidad de poner a dialogar a los contrarios, de interrogarnos sobre lo que somos y hacia dónde vamos. De entender los límites de lo humano. La relevancia del trabajo bien hecho. Justamente en estos momentos, la universidad es más necesaria que nunca. Lo es pues es una institución fundamental para encontrar el camino que venimos extraviando hace rato. Siguiendo lo que decía Ricardo Piglia para el caso de la cultura, la Universidad es una pausa, es un momento de encuentro con lo mejor de las creaciones humanas y de la sociedad, sin ella la barbarie nos parece aceptable y hasta razonable.
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