El 22 y 23 de octubre estaba programada la realización de la prueba del Sistema de Medición de la Calidad de la Educación (Simce), considerado como el principal instrumento de rendición de cuentas sobre la calidad educativa en el país. Si bien existen críticas por la tendencia a la estandarización que tiene este instrumento, es necesario reconocer que es la única medición de alcance país que abarca a todos los establecimientos, independiente de su dependencia administrativa, entregando categorías a cada escuela del territorio nacional, permitiendo mapear los resultados de desempeño.
Sin embargo, en muchos colegios de la Región Metropolitana esta prueba no llegó, por falta de examinadores e insumos. Entonces, ¿cómo sabremos las brechas que existen? La evidencia es el cimiento. Sin medición, el plan de mejora se construye en el aire ya que el dato no es un fin en sí mismo, sino la brújula, que nos permite navegar hacia la calidad educativa.
Es imposible mejorar la educación sin datos concretos y comparables, que revelen dónde y cuán profundas son las brechas de aprendizaje entre estudiantes, escuelas y regiones. Para poder operar con el panóptico país, no se puede sanar lo que se desconoce, lo que no se ha medido.
La ausencia de este insumo básico impide a los colegios responder a sus comunidades sobre la trayectoria educativa de sus hijos, anula la posibilidad de que el Ministerio de Educación y la Agencia de Calidad focalicen la asistencia técnica y recursos donde más se necesitan, y reduce a la mera intuición, percepción y "clarividencia" la toma de decisiones que debería ser estratégica y basada en certidumbre para alinear la práctica pedagógica con los exigentes estándares de calidad. Sin el dato, no hay diagnóstico, y sin diagnóstico, la mejora es solo un deseo.
El no contar con esta prueba estandarizada es una renuncia obligada al principal insumo de diagnóstico a gran escala. Nos deja a los colegios sin la base necesaria para sustentar nuestro discurso de mejora, que es tan necesaria para dar cuenta y/o justificación de la de recursos o asistencia técnica, y lo más grave, sin la evidencia para demostrar que estamos cumpliendo con el mandato fundamental de entregar educación de calidad a nuestros estudiantes. La calidad educativa exige datos para generar acciones.
¿Cómo puede una institución educativa dar una respuesta integral y transparente sobre la calidad de su gestión y la trayectoria de sus alumnos si carece de un insumo primordial de monitoreo externo? No contar con los datos del Simce nos deja en un estado de ceguera operativa. Sin el faro de la evidencia, la política educativa se convierte en un camino a tientas, directo a la sombra del desconocimiento porque donde no hay medición, la calidad es una simple quimera.
Más grave aún es la deuda de respuesta que esto genera. Las familias tienen el derecho de saber cómo progresa el aprendizaje de sus hijos e hijas y los colegios el deber de entregar esa información. Recordemos que la mejora comienza desde donde el número habla.
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