La amenaza a la salud, la incertidumbre económica y la sensación de vulnerabilidad remecen los fundamentos de nuestra educación y nos desafían a pensar nuevamente la respuesta a la pregunta más importante de todas para cualquier institución educativa: qué enseñar. Releer el marco de aprendizaje 2030, elaborado hace dos años por expertos de la OECD, parece pensado para tiempos de pos pandemia o, tal vez, simplemente tenía visión de futuro.
El documento fue creado con el fin de identificar qué conocimientos, habilidades, actitudes y valores necesitan los estudiantes de hoy para poder dar forma al mundo que liderarán en unos años.
Los autores proponen un modelo que se funda en tres competencias “transformadoras”.
1) Crear valor, 2) reconciliar tensiones y dilemas y 3) asumir responsabilidad sobre los propios actos. Aunque fueron pensadas en tiempos anteriores al COVID-19, estas competencias resultan hoy muy pertinentes.
La cuarentena nos recuerda la importancia de enseñar a nuestros estudiantes a crear valor. Los cambios así de rápidos desafían nuestra capacidad y premian a quien se adapta, al curioso que hace la pregunta clave, al creativo que pone el problema de cabeza y encuentra una salida.
Cuando nos encerramos en la casa, nuestras prioridades y necesidades cambian radicalmente. Conocimientos como saber recitar la tabla periódica o distinguir una sinécdoque de una metonimia son inútiles para lidiar con el desempleo, el aburrimiento y la incertidumbre.
Mucho más valioso un cerebro lleno de preguntas, con mirada de solución, un pensamiento flexible e innovador.
Para forjar dicha flexibilidad e innovación, la universidad debiera ser un espacio donde los estudiantes diseñen soluciones a problemas reales, tomados de las mismas comunidades en las que están insertas y empujen sus límites acompañados de sus profesores - tutores.
Ir construyendo una visión de crear valor en nuestro entorno es una de estas competencias transformadoras.
Estos tiempos de pandemia también nos ponen frente a dilemas morales.
¿Cómo se resuelve la tensión entre la paralización económica y la salud de los ciudadanos?
¿Hasta qué punto puede el Estado limitar las libertades individuales?
¿Qué fines justifican qué medios?
La constante tensión entre principios nobles nos recuerda que es indispensable enseñar a nuestros estudiantes a equilibrar demandas que compiten entre sí y a entender las necesidades humanas que están en juego.
Ello implica provocarlos con preguntas complejas, y entregarles las herramientas para que descubran que casi siempre la solución está en integrar en lugar de excluir.
Aprender a identificar tensiones, identificar los polos y buscar la mejor solución, como si no supieras el lugar que vas a ocupar cuando lo que has pensado y propuesto se implementen, son competencias transformadoras.
Finalmente, estos tiempos nos mueven a la acción, a sentir que también nosotros podemos hacer algo para contribuir.
La rapidez del contagio ha hecho que sea indispensable la cooperación de cada individuo en la contención del virus.
La noción de ser agentes de cambio, de que nuestras acciones sí pueden influenciar al mundo, para bien y para mal, debiera ser aprendizaje esencial en la escuela y en la universidad.
Asumir las consecuencias de los actos, atreverse a dejar el anonimato para actuar y opinar requiere la creación de espacios de anticipación y reflexión, y esto se puede enseñar y aprender en forma explícita, no se nace siendo reflexivo, se aprende y los educadores no podemos renunciar a enseñar esta habilidad.
La reflexión implica también cuestionar seriamente qué es lo bueno, qué valores abrazamos y qué normas deben establecerse para vivir en sociedad.
Crear valor en nuestro entorno, encontrar caminos que reconcilien tensiones y asumir responsabilidad sobre nuestros actos son habilidades cruciales en estos tiempos.
El futuro nos desafía a formar estudiantes preparados para problemas que solo especulamos y trabajos que ni sospechamos, ¡qué gran oportunidad tenemos quienes nos dedicamos a educar!
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