Sabemos hoy en día que el coronavirus tiene en vilo a la sociedad chilena y al mundo. Se cree que uno de los grandes problemas que ha presentado gran parte de la ciudadanía -madres, padres y niños- durante la pandemia es "ansiedad", definición que muchas veces confunde y más aún cuando se trata de niños.
Este concepto está estrictamente relacionado con una emoción básica: EL MIEDO. Hay una clara diferencia entre miedo real y miedo imaginario. La similitud, el impacto que ambas pueden tener en nuestras vidas.
En el caso del coronavirus todos sabemos que es identificable, es decir, sabemos y tenemos una causa real y concreta que está determinada por su origen, además sabemos que el tratamiento es el autocuidado, tenemos que respetar las distintas medidas preventivas, las que han sido repetidas desde el día uno de su conocimiento. Muchas veces a través del miedo hemos generado este hábito tanto en adultos como en nuestros hijos. Al ser un miedo real nos genera preocupación, la que dura por un breve tiempo hasta que activamos las medidas de resguardo. Por otro lado, cuando uno está en su casa protegido con sus hijos y respetando todas las medidas de higiene difundidas y continúa diciendo que tiene miedo, ese tipo de miedo pasa de ser real a un miedo imaginario, ya que si bien estamos protegidos aún creemos que podría pasarnos algo.
Gran parte de estos problemas relacionados al miedo imaginario terminan siendo aquellos miedos que desconocemos, que son muy improbables que ocurran y que están alimentados exclusivamente por nuestra mente. Esto quiere decir que ideamos un miedo y le asignamos un poder a través de nuestro relato interno, tenemos un auto diálogo constante que nos está diciendo ¿Y qué pasaría si no me cuido? ¿Y si me cuido, pero igual me contagio? ¿Y... sí?
Entonces... ¿Cuál es la diferencia entre el miedo real y el miedo imaginario? El miedo real es identificable, tiene un nombre, las causas son externas, la emoción que genera es preocupación, la duración es sobre el estímulo que se genera y la gravedad es menor siempre y cuando tengamos un tratamiento con estrategias que permitan bajar este nivel de estrés. En el miedo imaginario el principal problema es que le asignamos poder a este miedo dándole paso a la ansiedad. El origen de la ansiedad es difuso, las causas son internas, están en nuestra mente, la emoción que genera es el miedo, y la gravedad es de mayor duración, se alarga en el tiempo mientras persista este miedo imaginario.
La emoción del miedo al ser una de las seis emociones básicas, está presente en adultos y niños, y en ambos casos es esencial reconocerlo, y validarlo. Si nuestros hijos nos dicen que les da miedo la oscuridad, por ejemplo, debemos detener lo que estemos haciendo, escucharlos, contenerlos y explicarles que no es malo tener miedo, no olvidemos que las emociones son facilitadoras y obstaculizadoras del bienestar, por lo mismo, es tan necesario establecer este dialogo reflexivo para determinar si ese temor presenta una amenaza real o no para nuestros hijos. El miedo es un desbalance de mis recursos frente a una amenaza, y su función es ayudarnos a adaptarnos mejor al contexto, aumentando así las probabilidades de supervivencia. Gracias al miedo, ante un peligro adoptamos la estrategia oportuna para sobrevivir, que normalmente suele ser huir del peligro si es posible.
Muchas veces hemos escuchado o dicho citas como "morir de frío", "tengo los pelos de punta", "tengo un nudo en la garganta", entre otras. Todas ellas son respuestas fisiológicas de la emoción que se experimenta ante una amenaza, o una situación de peligro. Para Rafael Bisquerra (2014), el miedo nos sitúa ante la posibilidad de perder lo que más deseamos, que es la vida. Lo cual es realmente apasionante.
Enfocándonos en los niños, se podría conversar con ellos poniendo ejemplos cotidianos en relación a miedo real e imaginario: qué pasaría si escucho un ruido en la puerta de mi casa y al abrirla me encuentro un perro Rottweiler gigante a punto de atacar. Lo que haría es cerrar la puerta rápidamente para que el perro no muerda. En este ejemplo encontramos un desbalance de los recursos (velocidad, fuerza y destreza) frente a esa amenaza que tengo al frente. Automáticamente, en microsegundos mi cuerpo y la emoción que está asociada a este estimulo externo, el miedo, me hace reaccionar para mi autocuidado y protección. Por lo tanto, me protege, aquí estamos exponiendo un ejemplo de miedo real.
Mismo ejemplo, pero con un Rottweiler de un mes de vida, un cachorrito, probablemente afloraría una emoción, también básica, la ternura. Ahí nuestra emoción identifica que no hay un desbalance, nuestros recursos son mayores que la amenaza que tengo al frente. Las emociones tienen como definición la protección y el autocuidado y nos permiten salvaguardar nuestra vida. Como lo mencioné anteriormente, cuando hablamos de miedo con nuestros hijos, es esencial diferenciar miedos reales vs. miedos imaginarios, esto nos permitirá transitar de una forma mucho más genuina en nuestro mundo emocional.
Recordemos que todos los niños experimentan miedo en alguna etapa del desarrollo, ya que a medida que exploran el mundo que los rodea van adquiriendo experiencias y deben enfrentar situaciones desconocidas, muchas veces alejados de sus figuras significativas, un ejemplo de aquello es cuando debemos como padres y por motivos laborales, la mayoría de las veces, dejamos a nuestros hijos en una sala cuna o jardín infantil. Existen estudios que muestran que entre los 6 y 12 años el miedo que más se repite en los niños es a la oscuridad.
Entre los 6 y 8 años los miedos son más fluctuantes, en la mayoría de los casos son leves y disminuyen en el tiempo. Uno de los miedos más significativos en este rango más cercano a los 7 años aproximadamente es el miedo a la muerte, ya que los niños comienzan a entender qué es la muerte, y que es permanente e irreversible, de inmediato piensan que los padres pueden morir, es por esto, que conversar de temáticas así debe ser de la forma más natural posible y no ser considerados dentro de la familia como un tema tabú.
Los miedos son parte de la vida, y son respuestas a amenazas reales o imaginarias percibidas por niños y adultos. En el caso de los primeros, y relacionado con la situación que estamos viviendo actualmente con el coronavirus, debemos, primero, escuchar la emoción que está experimentando nuestro hijo o hija.
Posteriormente demos la tranquilidad necesaria con un tono armónico, explicando la situación real. Señalemos las medidas que se están tomando tanto a nivel mundial como familiar para resguardar la integridad de todas las personas. Todo dialogo reflexivo que tengamos con nuestros hijos, debe ser con un lenguaje sencillo, claro y amigable. Si utilizamos palabras complejas o duras, obviamente no estaremos brindando tranquilidad a los pequeños.
Cuando nuestros hijos expresen sus miedos, sean reales o imaginarios, no los ridiculicemos ni burlemos de ellos, menos frente a otras personas. Finalmente, por ningún motivo obliguemos a los niños que sean "valientes". De manera gradual y con nuestro apoyo podrán superar sus miedos. No olvidemos que una crianza respetuosa es responsabilidad de nosotros, los padres.
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